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Rusia, de Boris Yeltsin a Vladimir Putin

Dos décadas después de la desaparición de la Unión Soviética, su principal heredera, la Federación Rusa, parece estabilizarse después de haber pasado por años de reformas y contrarreformas.

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Pablo GONZÁLEZ

La Federación Rusa es el país que más traumáticamente ha vivido la desaparición de la Unión Soviética. La disolución del imperio soviético ha dejado a Rusia dentro de unas fronteras similares a las que tenía hace doscientos años y con el bagaje de haber sufrido en las dos últimas décadas tres guerras, dos intentos de golpe de Estado y una serie de distintas crisis internas.

El año 1991 fue una «primavera democrática» para los países que componían la URSS. También lo fue durante un breve período de tiempo para la propia Rusia. El despertar fue rápido y traumático. El inicio de las reformas para liberalizar la economía rusa trajo consigo una significativa caída del PIB, la pérdida de puestos de trabajo y el desplome del nivel de vida de la población.

El capitalismo que se estaba imponiendo en el país a marchas forzadas precisaba de privatizaciones. El Gobierno presidido por Boris Yeltsin las ejecutó sin miramientos, adjudicando enormes complejos industriales a precios que rozaban en muchos casos el simbolismo. Los nuevos dueños de las fábricas, refinerías y demás bienes productivos no tardaron en amasar enormes fortunas mientras la inmensa mayoría de la población tenía que hacer largas colas para poder conseguir alimentos. Esos nuevos ricos recibieron el nombre de «oligarcas».

Estos hombres de negocios entendieron pronto que si querían conservar sus recién estrenados imperios debían asegurar el factor político. Oligarcas como Berezovski o Jodorkovski no dudaron en participar en la vida política del país, resguardando sus intereses de posibles injerencias por parte del Estado. La debilidad de la dirección del país era manifiesta.

El presidente Yeltsin se sobrepuso a dos intentos de golpe de Estado, en los años 1991 y 1993, pero fracasó en la búsqueda de una solución al problema del nacionalismo checheno. La Administración de Yeltsin vio en la pequeña república caucásica una oportunidad perfecta para dar un golpe de efecto que hiciese subir la popularidad del mandatario en un momento en el que el país sufría grandes problemas económicos y sociales. El conflicto que comenzó en el año 1994 con la entrada de las tropas rusas en Chechenia tuvo un paréntesis en 1996 tras la firma de un alto el fuego después de haber provocado miles de víctimas mortales por ambas partes y sin que el Kremlin hubiera conseguido nada de lo que se había propuesto.

Con un panorama bastante sombrío, aunque con una ligera mejoría económica, Yeltsin fue reelegido presidente en 1996. Su victoria fue fruto del apoyo económico que recibió de varios oligarcas así como de los prestamos del Fondo Monetario Internacional (FMI) y del Banco Mundial (BM), un dinero que ayudó a mejorar temporalmente la situación económica interna del país. Pero aquello no fue más que un espejismo.

A finales del verano de 1998 la nueva economía capitalista rusa recibió otro duro golpe. El Estado no podía seguir haciendo frente a sus compromisos y se declaró en suspensión de pagos. El rublo perdió gran parte de su valor. Muchos ciudadanos vieron como sus ahorros desaparecían de la noche a la mañana por segunda vez en menos de diez años. El PIB se volvió a precipitar. Sin haberse recuperado, Rusia volvía a caer.

El país cayó a su nivel más bajo, tanto desde el punto de vista económico como político. La influencia de Moscú en el ámbito internacional era menor que nunca y su dependencia de los créditos extranjeros hacían que el país fuera poco menos que una marioneta con algo de carácter en manos de estadounidenses y europeos.

A pesar de sus primeros efectos negativos, la crisis económica sentó las bases para la recuperación. La devaluación del rublo hizo que la economía fuera más competitiva a nivel internacional. La caída del poder adquisitivo de la población frenó las importaciones y permitió el resurgimiento de la producción nacional. Otro factor que ayudó a la recuperación económica y al posterior desarrollo fue la paulatina subida del precio del petróleo, principal exportación rusa.

Gran apoyo popular

Un año más tarde, en agosto 1999, el presidente Yeltsin nombró primer ministro a Vladimir Putin, jefe de los servicios secretos hasta entonces. Putin se convirtió en mandatario el último día del año 1999 al renunciar Yeltsin al cargo y cederle el puesto al primer ministro como marca la Constitución rusa. Sólo unos meses después, Putin pasó de ser presidente interino a ganar con un alto porcentaje de votos en las elecciones presidenciales del año 2000.

Putin empezó a obtener un gran apoyo popular aun siendo primer ministro. Fue el responsable del comienzo de la segunda guerra de Chechenia, que empezó en 1999 como respuesta a varios atentados en Moscú y a una intervención de guerrilleros chechenos en la vecina república norcaucásica de Daguestán. La segunda campaña militar, mucho más efectiva que la primera, llevó a una total ocupación de Chechenia por parte de las tropas rusas y al establecimiento de un Gobierno checheno prorruso. Esto no solucionó el conflicto checheno, pero sí rebajó la tensión en la zona.

Vladimir Putin llevó a cabo varias acciones de gran popularidad entre los rusos, cansados de años de un Gobierno corrupto y poco eficiente. Una de las primeras reformas llevadas a término bajo el mandato de Putin fue la nacionalización de muchas industrias pertenecientes a los oligarcas. El que se resistía iba al exilio o a prisión, el que colaboraba con el nuevo Ejecutivo debía dejar todas sus aspiraciones políticas de lado. Se aumentó la financiación del Ejército y como acto simbólico se recuperó el himno soviético para la nueva Rusia de Putin.

Varias reformas económicas unidas a una coyuntura financiera internacional favorable hicieron posible que Rusia experimentara un crecimiento no registrado con anterioridad. El nivel de vida de la población empezó a subir, proporcionando aún más apoyo al nuevo inquilino del Kremlin. La reelección de Putin en 2004 fue un simple trámite.

La Administración de Putin también trajo consigo una regresión en el nivel de democratización del país. El número de partidos políticos se redujo y quedó la formación Rusia Unida, creada expresamente alrededor de la figura de Putin, como gran dominadora. Los demás partidos con representación parlamentaria son meras comparsas que no dudan en apoyar a Rusia Unida en todas las cuestiones fundamentales. Se han suprimido las elecciones de gobernadores por todo el país y ese cargo es ahora asignado a dedo por el propio presidente. Putin no esconde que tomó esa decisión para limitar la influencia de hombres de negocios en la política.

En el ámbito internacional la Rusia de Putin ha protagonizado varios conflictos. El más serio fue la guerra del año 2008 con Georgia, república ex soviética en pleno giro hacia los países occidentales. No son pocos los roces que ha tenido con Ucrania mientras en ese país han gobernado políticos prooccidentales. Las desavenencias entre Moscú y Kiev hicieron incluso peligrar el suministro de gas ruso hacia Europa por territorio ucraniano.

En 2008, Vladimir Putin cambió su cargo por el de primer ministro, mientras que Dmitri Medvedev, primer ministro hasta entonces, se convirtió en presidente. La razón era que la constitución rusa prohíbe más de dos mandatos presidenciales seguidos. A pesar de ello, Putin ha seguido siendo el líder nacional con más peso político y carisma. Entre ambos mandatarios han llevado a Rusia a través de la crisis financiera mundial. Aunque Rusia también se ha visto afectada, las consecuencias han sido menores que en otros países, y la economía vuelve a crecer.

La Rusia post-soviética ha vivido sus primeros veinte años de una manera intensa. El país ha tenido claramente dos fases: la primera, la del capitalismo salvaje del presidente Yeltsin, y la segunda, de consolidación del Estado y sus estructuras por parte de Putin. Si durante la primera se quería reformar el país a marchas forzadas, durante la segunda se ha buscado la estabilidad que reclama la población.

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