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Niko Moreno | Exalcalde de Elorrio

Los otros txokos: ni un supuesto ni un fenómeno

Elorrio aprobó una ordenanza para este tipo de locales. En este mes debería entrar en vigor y, parece, ha llegado demasiado tarde

La muerte de Andoitz, 24 años, dormido en su local, además de dolerme profundamente, me lleva a escribir desgarradoramente sobre esta conocida y, a la vez, deliberadamente ignorada realidad, la de las llama- das lonjas juveniles.

Ni son un supuesto, ni un fenómeno; son una realidad tocable, reconocible y extendida, que se ha instalado en nuestros barrios, pueblos y ciudades, y, al parecer, nadie sabe cómo ha sido. Ni tampoco por qué ni para qué.

Pero, honestamente, me atrevería a repartir responsabilidades en muy diversas direcciones.

Empezando por las nefastas políticas de ocio hacia la juventud, generalmente inexistentes, que dejan en este sector, al que los bares, por precios, horarios y concepto dejan fuera de juego, un poso de impulso a la imitación que les lleva a generar «txokos» de segunda categoría, en los cuales realizar sus actividades cotidianas, amén de recrear otras actitudes y afianzar sus poses generacionales; desde su amor por un club de fútbol determinado, algunos videojuegos de última generación, televisión de consumo primetime, inicios en los comportamientos sexuales o en otros hábitos socialmente «difíciles», compartir secretos en el más amplio de los sentidos o, simplemente, refugiarse lejos de la familia o del instituto.

Pero no es solo esto. También nos encontraremos con una serie de personas que, propietarias de lonjas cuya atractividad comercial se halla en declive, optan, sin ninguna responsabilidad subsidiaria por colocarlas en el mercado, muchas veces sin contrato, a sabiendas de una demanda necesitada y agradecida, fiel pagadora y poco o nada exigente con tal de que se le deje en paz en su papel inquilino.

Unamos a esto unas generaciones progenitoras deseosas de dar libertad, de proporcionar ritos iniciáticos, de tener a sus descendientes localizados y localizadas por poco más de 70 euros al mes, y de cumplir un papel de buenos padres y madres solidariamente con otras dos docenas de equivalentes.

Suma y sigue. Las comunidades de vecinos (y vecinas) tradicionalmente beligerantes y efectivas con quien no limpia el portal o lo llena de bicicletas y, sin embargo, impotentes e ineficaces ante quien les deja en el bajo a 25 personas, sin horarios ni disciplina ni interlocución conocidas y que, además de no residir en el inmueble, ni acude a las reuniones ni responde ante sus obligaciones. Aquí las cámaras de la Propiedad, habitualmente eficientes, desaparecen sospechosamente.

Y luego nos quedan las últimas instancias, los ayuntamientos, implacables en las multas de tráfico, capacitados para las licencias de actividad, amparados por la ley para cerrar bares y, sin embargo, impotentes e indolentes para abordar este tema, este fenómeno, ahora sí, el de las lonjas juveniles.

¿Cómo actuar? ¿Qué derechos priorizar a la hora de abordar esta realidad? ¿De qué hablamos? ¿De un derecho? ¿De una carencia? ¿De ambas cosas? ¿De nada de eso? ¿A quién compete? ¿Cómo, por qué y para qué se regula? ¿Las desarrollamos incorporándolas a nuestra existencia? ¿O las obstaculizamos por inaprehensibles?

Lo cierto es que nuestra sociedad ha asistido a la aparición, extensión, desarrollo y perfeccionamiento de este fenómeno- respuesta-realidad y no ha sabido (o no ha querido, o no lo ha estimado conveniente) abordar su definición, su integración, su socialización. Simplemente, las ha tolerado y, más allá de ejemplares respuestas locales, se ha limitado a ir encajándolas en la cotidianeidad sin analizarlas ni dotarlas de un cuerpo sociológico definido, con lo cual se muestra totalmente incapaz de responder, no ya a sus demandas, sino tampoco a sus necesidades ni a los problemas o exigencias que de su existencia se puedan derivar.

En esta sociedad reguladora (y no puedo olvidarme de que, por ejemplo, nos está prohibido fumar en el automóvil si circulamos con menores) paradójicamente, al parecer nadie ha sen- tido, de una manera generalista y extensiva, la responsabilidad de recoger las mínimas condiciones que debiera cumplir una lonja para que pueda ser utilizada por jóvenes (o no tanto) en su tiempo de ocio. La sola mención a esta responsabilidad parece chocar con intereses diversos, desde los de las personas usuarias de las mismas a los deseos (fiscales incluso) de quienes las alquilan. Desde las preocupaciones -diversas y muchas veces divergentes- de madres y padres, hasta las diversas y divergentes realidades de las comunidades de vecinos. Y en medio de esto, las dificultades para ordenar, cumplir y hacer cumplir con que se encuentran los ayuntamientos, última instancia a la hora de aplicar normativa alguna.

Es hora ya de que, sin miedo alguno, abordemos esta realidad para integrarla en nuestra vida cotidiana. Educadoras y educadores, responsables de programas de ocio, cultura y/o para la juventud, madres y padres, ayuntamientos, comunidades, dueñas y dueños de locales... Ni esto es un chollo, ni esto es un problema. Es una realidad, enorme, desconocida por no abordada, indiscutible e indiscutida. Desregulada y, por tanto, salvaje. Tan salvaje como natural teniendo en cuenta su público mayoritario.

Si no queremos tener un problema, abordémoslo como una realidad que está ahí, natural. Nuestras hijas e hijos, si no lo son o lo han sido ya, serán parte de ella. Una salida de humos, un sanitario, una conveniente ventilación, unos suministros legalizados, unas evacuaciones adecuadas... deben ser responsabili- dades sociales. Qué hacen o para qué, no me importa tanto. Cómo y en qué condiciones, sí.

Hace poco más de un año, Elorrio aprobó una ordenanza para este tipo de locales con la firme intención de asegurar unas condiciones y compromisos además de intentar minimizar riesgos y problemas. Seguramente es mejorable y, además, su aplicación también precisará de otras medidas y programas. En este mes debería entrar en vigor y, parece, ha llegado demasiado tarde.

En mi pueblo un chaval ha muerto en su lonja, y hoy, en la parte que me toca, me siento responsable. Y no quiero volver a sentirme así.

Llegar tarde es nuestra responsabilidad y culpa. Hacerlo pronto es nuestra obligación.

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