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Raimundo Fitero

Crucero

Esa inmensa ciudad flotante varada es una metáfora perfecta. Nuestro mundo se hunde al menor tropezón. Esos cruceros mantenidos como una expresión del lujo al alcance de muchas clases medias, se muestra recostado sobre un lateral, hundido, convertido en una trampa submarina. Las circunstancias del hundimiento del Costa Concordia forman parte de un relato tradicional. Atentos a la pantalla vemos con asiduidad como se hunden transbordadores en mares lejanos repletos de emigrantes. Otros buques que sufren accidentes por inclemencias del tiempo o por impericia o avaricia. Catástrofes humanas, sociales o ecológicas. La navegación marítima convertida en un foco de sustos, de incidentes que van engordando una crónica del desasosiego, una contra-propaganda del viaje de aventuras, del aire romántico de la travesía. Ahora los buques van a esquilmar los mares lejanos de sus faunas, o se convierten en símbolos del poderío, de una manera de entender la existencia y las vacaciones.

Visto desde la televisión, los argumentos se nos vuelven nostálgicos, porque aquellas «Vacaciones en el mar», que por cierto fue una de las primeras series dobladas al euskera a principios de los ochenta del siglo pasado, ya nos indicaban comportamientos de una clase media pudiente americana que se encerraba en ese paquebote donde sucedían historias de toda índole. Los viajes de crucero, o en crucero, son habituales. Se nos ha indicado que era uno de los productos turísticos que más habían crecido pese a la crisis económica. Todos tenemos en nuestro entorno conocidos o allegados que han emprendido uno, o varios cruceros. Crea adicción. Es un aislamiento. Pero verlo en directo, o de cerca, es ver unas masas de hierro inmensas, inabarcables, que incomprensiblemente flotan. Con decenas de niveles, piscinas, teatros, restaurantes. Unas ciudades dedicadas al ocio y el entretenimiento. Y ahora esta tragedia, con abandono del capitán rompiendo con la tradición y el reglamento, nos colocan ante la realidad. Todo es una fachada, un paripé, El lujo solamente es una pátina para esconder la miseria. Y todo se hunde, hasta estos monstruos marítimos que paren rascacielos al borde del malecón.

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