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Carlos GIL | Analista cultural

Inmóvil

 

Como los chopos de la ribera. Esbelto en su perfil. Oteando el horizonte. Quieto. El pasado no se mueve. Inmóvil. En el granero escribimos un poema que hoy nos reafirma. Fuimos muy ingenuos. ¿Lo dimos todo? Algunos a plazos, otros cobrando excesivos intereses, la inmensa mayoría siendo espectadores de la vida. En cada obituario se perpetúa nuestra alopecia interior. Las melenas al viento de las ideas o los impulsos han dejado paso a un conservadurismo romo. Calvos. Algunos con pelucas de plastilina. Todo es simulacro menos el pasado. La mirada de José Luis Alvarez Enparantza al ser humano en relación con un lugar y un compromiso no se puede mover, porque ya es eterna. Como su actitud que es su ejemplo, parte de su legado, cultural en primera instancia.

Un libro en las manos, unas músicas en los auriculares, al frente un lienzo, al costado unos cuerpos en movimientos que se entrelazan con unas voces que encienden el aire, acotan el tiempo, rompen el espacio. Suena una txalaparta y nos entran ganas de comer nueces para acompañar con su cascar a esa telúrica manera de anclaje emocional. Todo se puede crear, construir, inventar, menos el pasado. Nada se puede mover sin apoyarse en ese pasado inmóvil. Somos memoria y sentimientos cuando abrazamos las banderas del presente. Bocetos, proyección del yo en un nosotros de esperanza cuando buscamos comernos el futuro.

La palabrería se enreda, crea torbellinos que entorpecen la capacidad de selección y nos impiden formar parte del paisaje asumiendo la categoría de paisanaje circunstancial. Irrepetible. Inmóvil por imperecedero. Forjado con un material bio agradable. Agur.

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