Mikel INSAUSTI

He de confesar que nunca he llegado a sentir especial interés por la trilogía de Stieg Larsson, y que soy de los últimos en subirme al carro por la única razón de que David Fincher, el cineasta actual más en forma de Hollywood, es su definitivo e insuperable adaptador. En consecuencia, reconozco que me atrae más el cómo está contada la historia de “Los hombres que no amaban a las mujeres” que su propio entramado argumental de fondo, en cuanto que la intriga sirve de pretexto para una nueva exhibición del talento narrativo del realizador de “Zodiac”. Y cito esta obra maestra concreta de su filmografía, porque en la misma expone con el máximo rigor la metodología de un criminal confrontada al desarrollo pormenorizado de la consiguiente investigación, y todo ello mediante una tensión constante que no decae durante más de dos horas y media. Un exigente perfil que se repite paso por paso, asegurando la continuidad satisfactoria de las próximas entregas y el inmenso privilegio, una vez estén concluidas y comercializadas, de poder ver las tres películas de un tirón.

No existe comparación posible con la previa versión cinematográfica de producción europea, porque David Fincher reinventa los dos personajes centrales y la relación existente entre ellos. El periodista de izquierdas y la hacker gótica establecen una nueva y más profunda conexión mediante las indagadoras y sensibles interpretaciones de Daniel Craig y Rooney Mara. A pesar de no tener en apariencia nada en común sabrán encontrar un espacio intimo al resguardo de la presión exterior. La Lisbeth Salander que vemos ahora es siniestra a la defensiva, gracias a que su elevada capacidad intelectual le permite utilizar los medios tecnológicos a su alcance para navegar por la red y sus peligros ocultos sin precipitarse al vacío, conservando intacta su independencia. Con las máquinas es tan dura como con los humanos, así que su pervertido tutor legal no podrá chantajearla y la mala experiencia quedará grabada con sangre.