Las revelaciones sobre las muertes por motivos raciales de nueve personas de descendencia turca y griega cometidas por una célula neonazi, Clandestinidad Nacional-Socialista, han derivado en un escándalo mayúsculo en Alemania. La Oficina Federal para la Protección de la Constitución, el BfV o servicio de inteligencia doméstico, tenía a la célula bajo observación, pero decidió no actuar. Las investigaciones se orientaron intencionadamente hacia «peligrosas mafias turcas». Y solo la no confirmada «violenta autodisolución» de la célula mediante el «suicidio» de dos neonazis ha conseguido sacar a la luz el reguero de sangre que dejaron tras de sí, largo y, ahora, cada día más visible. Por la negligencia, simpatía o connivencia de miembros de los aparatos de seguridad alemán. Los miembros del Gobierno y el Parlamento agacharon la cabeza y compartieron un momento de silencio como gesto de perdón a las víctimas. «Una desgracia para Alemania», dijo Angela Merkel. Pero la reacción llega tarde. Urge determinar cómo, dónde y porqué crece el fenómeno de los neonazis en Alemania. Y en el resto de Europa. Y actuar contra estos ultras, defendiendo el principio de libertad, allí y aquí, todos y cada uno de los días.