Los nuevos faraones de la revolución egipcia
«25 de enero de 2012. Date la vuelta y vuelve otra vez», era la frase con la que un caricaturista explicaba lo que estaba haciendo un exhausto egipcio un año después del inicio de la revuelta que acabó con la caída del régimen de Hosni Mubarak en el país.
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La decepción que ha supuesto para la población la gestión de la transición por parte de la Junta Militar marca los primeros meses sin Hosni Mubarak. La plaza Tahrir ha tenido que ser ocupada en varias ocasiones, los ciudadanos han comprobado cómo el espíritu revolucionario se iba convirtiendo en un souk, un mercadillo donde lo importante era sacar un poco de dinero para comer ese día.
Se ha desvirtuado el logro que en solo 18 días consiguieron los egipcios tanto entre los ciudadanos, que comprobaban cómo iba desapareciendo el respeto que se generó en el especial ambiente de los primeros días de protesta, como en relación a la SCAF (autoridad militar a la que Mubarak cedió el poder el 11 de febrero de 2011) que ha sido capaz de aplicar los mismos métodos que el antiguo régimen y ha llegado a hacer más juicios a civiles en tribunales militares que el propio exrais. En Egipto ha habido una transformación de la actitud de los ciudadanos ante sus expectativas de vida, han descubierto y explotado su pérdida del miedo, pero al tratarse de un país masivamente poblado y con índices de pobreza elevados, no está siendo fácil gestionar la desilusión.
A finales de octubre, la situación era muy similar a la de finales de enero. La plaza Tahrir ocupada por tiendas de campaña, los gritos y manifestaciones dando vueltas al jardín central se reproducían sin cesar. Los eslóganes solo habían cambiado la palabra «Mubarak» por la de «SCAF».
La aparente vida normal de los que se mostraban ansiosos por percibir el cambio fue truncándose con el paso de los meses. Desde los movimientos políticos y sociales, con mayor capacidad para criticar las graves violaciones de los derechos humanos cometidas por los nuevos dueños del país (desapariciones, torturas, vejaciones como los test de virginidad a las manifestantes, palizas en la dispersión de manifestaciones en las que es posible que se hayan utilizado gases lacrimógenos con graves efectos para la salud), al ciudadano medio que sigue teniendo las mismas dificultades, si no más porque el turismo prácticamente ha desaparecido del país, para encontrar el sustento mínimo diario, todos muestran dudas sobre la capacidad de la población para seguir decidiendo el futuro de su transición.
Durante las jornadas electorales de las primeras elecciones legislativas sin Mubarak, los egipcios dieron muestras del civismo recién descubierto, hicieron colas durante horas para depositar un voto que por primera vez tendría sentido. Las reflexiones de los que pacientemente esperaban su turno eran muy parecidas independientemente de si se recogían en barrios de clase alta o en los más populares, la «Revolución del 25 de enero» logró la unidad en el pensamiento de los ciudadanos, que aún no han sido capaces de defender ante la manipulación de la SCAF.
A pesar de que Egipto ha cambiado también su actitud respecto a sus relaciones exteriores, cuestionando a Israel, abriendo el paso de Rafah con la Franja de Gaza, o enfrentándose a Estados Unidos, los ciudadanos no perciben que la independencia sea completa. Sigue habiendo un juego de intereses, siguen existiendo países occidentales que marcan la posición que Egipto debería jugar ante un conflicto determinado (caso de Siria, por el hecho de acoger la sede de la Liga Árabe, que a través de la misión de observadores ha terminado legitimando la masacre que está cometiendo el régimen de Bashar al-Assad contra su pueblo).
Signos de normalidad
Los egipcios mantienen su carácter distendido, ocupan cafés para jugar a la tuala y ahora cuestionar a quien les plazca, compran ropa y zapatos por la noche, y siguen bromeando sobre sus propias limitaciones. Sí que ha cambiado la falta de seguridad básica, que ya no se puede pasear a cualquier hora del día y de la noche con absoluta tranquilidad por cualquier parte porque la presencia de la Policía sigue siendo escasa y la desesperación de muchos ha sacado la faceta más dura de algunos.
El puente de Los Leones, donde se libró una de las primeras batallas campales entre los primeros manifestantes sin miedo y la incrédula Policía que comprobaba cómo los antiguos métodos, la amenaza de perder la vida, ya no surtía efecto, hoy pasean chicas jóvenes que llevan la última moda de combinación de velos y sonríen a sus pretendientes mientras miran las aguas turbias del Nilo. Los egipcios son conscientes de que el recorrido hasta establecer un cambio real será aún largo y que mientras los militares no abandonen el poder su revolución permanecerá secuestrada.
Se detectan signos de normalidad cuando se rodea el Palacio Presidencial que Mubarak ocupó en el barrio de Heliopolis hasta que anunció su renuncia y se desplazó a Sharm el Sheij, en la Península del Sinaí. Los ciudadanos andan pegados a sus muros blancos sin apenas recordar que hace unos meses habría sido imposible. También resulta algo contradictorio que a pesar de estar cuestionando en las calles la labor actual de la Junta Militar, el Museo del Ejército (situado en la Ciudadela) siga recibiendo, en especial cada viernes y sábado, la visita de familias numerosas, de escolares o de particulares, que recorren los pasillos en los que se vanagloria a una institución que permanece intocable. Mubarak es uno de los oficiales que forman parte de la historia de triunfos y retos bélicos del país, y los ciudadanos que hace un año le obligaron a dimitir no dejan de reconocer su labor como militar al frente de la nación.
Los actuales retos de la sociedad egipcia son inmensos, las asociaciones y movimientos sociales son conscientes e intentan encontrar apoyo en el exterior. Los egipcios esperan que la comunidad internacional que ayudó y apoyó a Mubarak durante su dictadura, ahora sea capaz de reconducir su relación con los que sufrieron la represión.
El sentido práctico de los Hermanos Musulmanes y su capacidad de movilización, hará que Egipto tome en los próximos meses un camino diferente. En cambio, el juego religioso, la utilización del Islam, en tiempos de angustia y pesadumbre, será un obstáculo más a superar en una sociedad que necesita confiar en que su opinión tiene valor.
Egipto no ha sido el pionero en las revoluciones árabes, sus ciudadanos observaron incrédulos lo que los tunecinos lograban y dieron el paso, pero están convencidos de que podrían volver a ser la referencia en el mundo árabe siempre que se liberen de los que ahora les oprimen en una segunda vuelta de su revolución.
© Rebelión, Artículo publicado en su web.