Una Serbia hipermotivada, con más de 20.000 seguidores enardecidos animándole sin descanso desde la grada, trituró en la segunda parte a Croacia, que en cuanto se vio con el marcador en contra empezó a bajar los brazos, pese a la resistencia de Balic y Kopljar, que trataron de mantener a su equipo en el partido, pero con escaso éxito.

Y eso que Croacia comenzó dominando el marcador. Antes de cumplirse el minuto 1 los árbitros franceses ya habían excluído dos minutos a Bjelanski, para tratar de dejar claro que no iban a permitir que el subidón de adrenalina que se observaba en el ambiente se convirtiera en exceso de agresividad.

Pocos minutos después el excluído era Manojlovic, que intentaba probar la entereza de la pareja arbitral. A partir de ahí el juego discurrió por cauces aceptables, con ambos equipos enfrascados en un toma y daca en el que Serbia echaba en falta a su portero Stanic -sustituído en el minuto 20 con una sola parada- y al zurdo Vujin, mientras un enorme Ilic y el extremo Nikcevic -4 goles cada uno en la primera mitad- sostenían al equipo ante el mejor juego rival.

Pero todo cambió tras el descanso, que comenzó con una parada de Stanic, preludio de las 11 que lograría en este periodo, decisivas para acabar con la moral de los croatas y elevar la temperatura de una grada entregada a su selección. Un parcial de 3-0 ponía por delante a Serbia (16-14), y Croacia se vino abajo estrepitosamente, marcando tres goles en 15 minutos (21-17).

Slavko Goluza pidió un tiempo muerto para arengar a los suyos, pero solo Kopljar pareció oirle. Dos goles suyos significaban el 21-19, pero ahí acabó la reacción, y Serbia encaró el último tramo en medio de la euforia.