Belén MARTÍNEZ Analista social
Las mujeres y los niños, primero
Cuenta la leyenda que, consciente de la tragedia que se avecinaba, el capitán del «Titanic» arengó a su tripulación con estas palabras: «Sed ingleses, sed valientes». Smith prefirió una muerte honorable. Puede que no tuviera más opción que la exasperada voluntad de permanecer hasta el final.
En cambio, Schettino, capitán del «Costa Concordia», pasará a la historia por su vileza y su responsabilidad criminal. Y aunque el tal Francesco no fue el inventor de la doctrina del «sálvese quien pueda» -auténtica abyección ética y estética-, abandonar a su suerte a las personas que se encuentran atrapadas en su barco, huyendo en un bote salvavidas, es un acto de cobardía.
En «La pesadilla de Darwin», Sauper utiliza como pretexto la perca del Nilo para explicar las miserias de la globalización. El hundimiento del «Costa Concordia» es una metáfora desgarrada de la condición humana. Una nave a la deriva entre dos mundos aparentemente irreductibles. El buque encallado simboliza la ética neoliberal, el oprobio y la injusticia.
Frente a la isla de Giglio no solo naufragó un buque. La tragedia tiene su punto frívolo, ya que Schettino ha dado la estocada de muerte a un modelo de masculinidad trasnochado y emblemático. Con su comportamiento grotesco, se ha ido al traste todo un paradigma visual e ideal. La ignominia ha acabado con la figura de aquel capitán que residía en el imaginario -y en el código marítimo- encarnando significados latentes y manifiestos de cierta idea sobre la masculinidad y el heroísmo: el hombre al mando y siempre dispuesto a sacrificar su vida para salvar primero a las mujeres y a los niños.