Josu MONTERO Escritor y crítico
Convidar
El diccionario es a las palabras lo que el reloj al tiempo». Y no tengo nada contra los diccionarios, al contrario, me chiflan. Pero es cierto que encadenan la palabra al utilitarismo de su significado. Y las palabras tienen también un significante: una materialidad, una sonoridad, unas resonancias, unas latencias, unos ecos, una historia. Cada palabra arrastra tras de sí una historia de dos o tres mil años; y todo ese tiempo está presente en sus vísceras. El lenguaje no es un producto sino un proceso; entre las palabras existen lazos secretos e hilos misteriosos de los que no somos conscientes pero que impregnan nuestra emoción y nuestro pensamiento.
El lenguaje es un organismo inteligente: «inteligente» proviene de «interligare», esto es, «reunir», «relacionar». El poeta Luis Rosales escribió: «La palabra que decimos / viene de lejos, / y no tiene definición, / tiene argumento». A lo largo de los siglos las palabras han ido mudando su fonética, su ortografía y hasta su grafía, han experimentado transformaciones semánticas. El significado superficial que nos dicta el diccionario no sería nada sin el significado profundo, inaprensible al intelecto, pero que es el que vivifica y alienta nuestro lenguaje, ¡y nuestra vida! Las palabras de nuestros abuelos viven en nosotros, siguen moviendo algún poderoso resorte ahí adentro. Mi abuelo decía «convidar»; hoy se usa mucho más «invitar». Prefiero sin duda la primera: el prefijo «con» es mucho más hospitalario y acogedor que «in»; y el sonido de esa «d» más humilde e íntimo que el explosivo y fanfarrón de esa «t». Y además está la voz de mi abuelo, y su mano abierta y generosa. Pilar García Moutón y Alex Grijelmo acaban de publicar un libro lleno de amor a las palabras viejas: «Palabras moribundas».