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TRAS EL «SHOW» DE RYANAIR EN loiu

O'Leary, el negocio ante todo y sobre todo

La sonrisa de Michael O'Leary, jefe ejecutivo de Ryanair, ante la manifestación de trabajadores de Spanair en el aeropuerto de Loiu lo dice todo sobre un hombre que ha construido una fortuna a costa de clientes y trabajadores.

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Soledad GALIANA

A sus 44 años, Michael O'Leary, con una fortuna de 300 millones de euros, es uno de los irlandeses más ricos. Su línea aérea es un negocio de éxito. En 1985 contaba con 51 trabajadores y desplazaba alrededor de cinco mil pasajeros entre Gran Bretaña e Irlanda. Hoy es la aerolínea con mayores beneficios, con 2.600 trabajadores y una red de 233 rutas aéreas, y desplaza alrededor de 35 millones de pasajeros.

O'Leary es de los que creen a pies juntillas aquello de que «no hay publicidad mala» y, desde que saltó a los negocios como cabeza visible de la compañía aérea Ryanair, se las ha arreglado para no dejar a nadie indiferente con sus anuncios mofándose de figuras públicas o sus calendarios de azafatas en bikini. Es un hombre al que se admira o se desprecia. Le admiran los amantes del neocapitalismo realista, y le desprecian los míseros mortales obligados por las circunstancias económicas o geográficas a usar su línea aérea, donde se les cobrará hasta por imprimir la tarjeta de embarque (a pesar de que es una de las obligaciones de la compañía aérea) o por el excesivo tamaño del equipaje de mano.

Michael O'Leary se ríe de todo el mundo, cuando no lo ataca directamente. Hasta el momento ha descrito a los miembros de la Comisión Europea como «idiotas», a los controladores aéreos británicos como «inútiles», a British Airways como «bastardos caros» y a las agencias de viajes como «jodidos» que deberían «ser llevados a la calle y ejecutados». Utiliza su poder y rompe «compromisos» sin pestañear. Recordemos los viajes al aeropuerto de Foronda, que concluyeron al tiempo que se agotaban los subsidios del Gobierno de Lakua a Ryanair... No fue el primer caso, ni será el último.

Efectivamente, el incidente con los trabajadores de Spanair en el aeropuerto de Loiu no le quitará el sueño porque, como él mismo asegura, no está en el negocio para hacer amigos. «Me importa una mierda no gustarle a nadie. No vivo en las nubes, no soy un aerosexual. No me gustan los aviones y nunca quise ser piloto como esas brigadas de matones que pueblan la industria», explicaba O'Leary durante una entrevista.

Construir un negocio de éxito tiene un precio. Si bien la entrada de Ryanair en los espacios aéreos sirvió para acercar la posibilidad de que volar entre dos destinos esté al alcance de todos los bolsillos, esta asequibilidad se paga. Los usuarios se quejan del trato de los trabajadores de tierra, una especie de policía de la maleta de mano, a la caza del centímetro extra o la segunda bolsa... Aunque los billetes pueden ser tan baratos como un euro, Ryanair se las arregla para conseguir una media de 3 euros por cada pasajero en ventas de agua (con un precio de casi cinco euros por litro), comida, alquiler de coches, etcétera.

Entre sus ideas para ahorrar se incluye acabar con los bolsillos de los asientos, volar de pie o cobrar por el uso del baño. El servicio al cliente deja mucho que desear. Hace algunos años un juez ordenó a Ryanair el pago de compensación a un discapacitado al que querían cobrar por el transporte de su silla de ruedas.

Otros que pagan son los trabajadores. Ryanair no reconoce a los sindicatos y se niega a negociar con ellos condiciones laborales (el sindicato Impact asegura que existen 270 casos de victimización de trabajadores). Los empleados tienen que pagar su capacitación, los uniformes y las comidas. En la oficina central, los administrativos tienen que llevar sus propios bolígrafos y se les prohíbe cargar sus móviles en el trabajo.

O'Leary se presenta como la voz de las clases bajas irlandesas, pero no es del todo cierto. Proviene de una familia de clase acomodada, con intereses agrarios. Estudió en las mejores escuelas del país y en la universidad Trinity College, y aunque nunca terminó sus estudios, acabó convirtiéndose en contable con la firma KPMG. En 2003 se casó con la banquera Anita Farrell en una boda a la que asistieron las fortunas de Irlanda y los políticos de mayor influencia del momento. Entre ellos, el millonario JP McManus, el comisario europeo Charlie McCreevy y la vicepresidenta irlandesa, Mary Harney. Una leyenda urbana cuenta que las flores de la iglesia eran de plástico y que O'Leary hizo instalar una rampa de acceso, pero que para usarla había que depositar un euro.

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