El absurdo, la rebelión y el amor -completados en sus tres registros habituales: novela, teatro y ensayo- son los ejes sobre los que pivota su quehacer literario y vital ya que lo segundo interfiere causalmente en lo primero; la injusticia de la pobreza que vivió en su propio hogar, en el que su silenciosa madre hubo de hacerse cargo de la prole al quedar viuda tras la muerte de su marido en la primera guerra mundial; la enfermedad, la tuberculosis, que asomó en la vida del joven Albert no dejándole terminar sus estudios como él hubiese querido, y que le obligaron a cuidados, e intervenciones, permanentes, tampoco el espectáculo de un mundo a la deriva le ayudaron a mantener una mirada complaciente.

Alejado, en intención y paginación, de los biógrafos al uso (Herbert R. Lottman u Olivier Todd), o de la mera hagiografía libertaria, como la reciente de Michel Onfray, el autor de este libro mezcla en sus sagaces pinceladas la vida y la obra del autor de «Calígula», nos acompaña a visitar algunos de los momentos más cruciales de su existencia.

Los episodios visitados nos dan una visión caleidoscópica del personaje, que queda retratado como hombre nacido en Argelia que quiere conocer de cerca la Kabilia y sus habitantes los bereberes; como celebrado y galardonado escritor, como hombre comprometido y resistente al nazismo, como polemista encendido, como ser plenamente opuesto a las condenas-venganzas hacia los kollabos, y como argelino-francés al que le duele Argelia, pero le duele más que toquen a su madre como afirmase en el discurso de recepción del Nobel.

Un certero libro que nos presenta con simpatía al hombre que siempre se mantuvo en primera fila y cuya sombra sigue manteniendo su presencia; basten las cifras de ventas de sus libros y las continuas representaciones de sus obras para confirmar esta actualidad que no se ciñe únicamente a las lecturas obligatorias de los curso terminales del bachillerato, que también, sino a los amantes de la literatura y a quienes se sienten atraídos por el ejemplo de los justos. Zaretsky muestra que pisa fuerte el terreno y no se deja llevar por una aceptación monocorde del personaje a quien Paul Valery calificase, «Midi le Juste», sino que presenta a un hombre de honda conciencia sin vender la suya.