Zigor Olabarria Vecino de Gasteiz
Un mes de democracia cotidiana en Gasteiz
Quizás el reto esté en transformarnos no para ser más fuertes sino más débiles, convirtiéndonos en personas incapaces de soportar esto, de vivir y de buscar felicidad ninguna en esta sociedad. Para que no nos quede más alternativa que dinamitarla desde dentro, hasta dejarla irreconocible
Diecisiete de diciembre. Lluvia de mensajes y llamadas aceleradas. Ekaitz, condenado a pasar 8 años enjaulado. Mientras enjaulan a unas, dejan a la intemperie a otros. La Diputación expulsa a dos decenas de chavales africanos de los centros de menores. Por supuesto en nombre de la «lucha contra el fraude», que, como la cárcel, solo mira hacia abajo, nunca hacia arriba, y además con mirada distorsionadora.
26-D. Comenzamos una encerrona por Ekaitz y por muchas más. Entre movilizaciones, reuniones e interpelaciones, voy a comer a casa de mis padres y me encuentro allí con dos jóvenes de los expulsados, silenciosos, agradecidos, con la mirada triste. Comen y duermen en casas de personas que los acogen vista la alternativa existente: el asfalto de Gasteiz en pleno invierno.
31-D. Ekaitz hace saber que se esconde para visibilizar su situación. La despedida en la encerrona, dura y emotiva, entre el llanto y la rabia. Nos conjuramos para que su gesto no sea en balde, empezamos a conspirar la «Matrioska Martxa» del 14 de enero.
11-E. Llaman. La Policía Nacional busca a Omar. Mientras se encuentra en libertad condicional, ya que no se le puede expulsar, se le concede permiso para trabajar: Lo mismo de un descuido accede al privilegio de ser doblemente explotado, como currela y como inmigrante, y genera un poco de plusvalía para el capital. Pero en breve se acaba la pena, y olfatean ya su rastro para abrirle un expediente de expulsión inminente. Por un momento pienso que Gemma Zabaleta vendrá a su rescate, ya que Omar ha sido un ejemplo en voluntad de «integración», en «aprovechamiento de recursos» o en «búsqueda activa de empleo». Estudia castellano, ha realizado cursos formativos, ha hecho prácticas en empresas sin cobrar un duro... De hecho, continúa echando currículums, aún después de explicarle que la policía le busca y de que le salgan lágrimas de incomprensión mientras repite «me han destrozado, otra vez». Pero Gemma no viene, está demasiado ocupada. Criminalizando a los pobres en general y a las personas inmigrantes en particular, arrebatándonos a todas los derechos sociales ganados en la lucha y perdidos en la docilidad y el racismo.
14-E. Se llevan a Ekaitz. Tras una multitudinaria manifestación sí, entre gritos y aplausos de cientos de personas sí, pero se lo llevan, se lo llevan delante de nuestras narices, escoltado por los profesionales de la violencia. Lamiéndonos las heridas aún de bar en bar, entre cervezas y abrazos, llama Dibi, que apenas tiene 20 años, expulsado de un centro de menores hace dos años. Se va, tenemos que quedar porque desea despedirse.
16-E. «-Pero Dibi, ¿A dónde vas a ir?». «-A Alemania o Suiza». «-Pero no sabes alemán ni inglés y no tienes a nadie allí que te acoja al menos al principio, vas a estar aún peor que aquí». «-Igual sí, pero tengo que arriesgar, como en la patera, así es la vida». «-Pero a Alemania, ¿a dónde?». «-A ciudad». «-Pero hay miles de ciudades». «-A la más cercana, así gastaré menos en el billete». Se va con su mochila escolar por equipaje. «-Lleva más ropa, allí hace mucho frío». «-Igual así tengo suerte: En África, mucho calor y mala suerte; Aquí más frío, estáis algo mejor. Quizás con mucho frío buena suerte». «-Creo que no es cosa de suerte Dibi, es cosa de cabrones. ¿Por qué no vais juntos al menos?». «-Juntos, si cogen a uno cogen a los dos; separados, si cogen a uno el otro igual tiene suerte». «-Pero no te vayas así, sin nada». «-Yo te entiendo, pero tú no entiendes, así es la vida, hay que arriesgar».
17-E. Ekaitz ha ingresado en Zaballa. Los menores expulsados continúan malviviendo sobre todo gracias a las ayudas de particulares. Omar está triste y asustado, apenas sale a la calle por miedo a que le identifique la policía. Dibi está nervioso y asustado, se va ya, sí o sí, y aún no hemos conseguido contacto ninguno que le pueda servir de ayuda.
Habrá quien piense que estoy mezclando cuestiones y realidades totalmente distintas, yo no lo creo. Se me ocurren al menos un par de coincidencias. La primera, que Ekaitz, Omar, Dibi, los menores expulsados y la interminable lista que les sucede no son «excepciones», «errores» o «deficiencias» del sistema. En lo que a ellos respecta al menos, el sistema funciona bien: Esto es el sistema. La segunda, que si en cualquiera de los casos hiciese uso de mi supuesto derecho a la libertad de expresión sin autocensura, para decir lo que pienso de nuestro sistema de libertades y garantías, de las leyes y jueces que las gestionan, de la policía, de la clase política, de Gemma Zabaleta y de los banqueros que los (y nos) gobiernan a todos, termino en la cárcel.
Hoy no quiero ser capaz de vivir esto. No quiero intentar ser feliz a pesar de todo, no quiero ser fuerte y «tirar palante». Hoy no quiero que me valga pensar en la actitud de Ekaitz y en los cientos de personas que lo arropamos rompiendo la normalidad gasteiztarra, en que los menores expulsados podrían estar peor si no fuera por gente solidaria o en que Dibi es un luchador nato y sobrevivirá. Hoy quiero llorar a mis amigos, y pensar en que la lucha principal no es hacernos capaces de sobrevivir en este mundo triste de personas tristes, pasando por encima de cadáveres conocidos y desconocidos. Que quizás el reto esté en transformarnos no para ser más fuertes sino más débiles, convirtiéndonos en personas incapaces de soportar esto, de vivir y de buscar felicidad ninguna en esta sociedad. Para que no nos quede más alternativa que dinamitarla desde los cimientos, hasta dejarla irreconocible.