Mikel INSAUSTI

Voy a poner por orden de mayor a menor influencia a los maestros del cine a los que convoca Steven Spielberg, según mi particular apreciación, para “War Horse”: John Ford, Victor Fleming, Akira Kurosawa, David Lean, William Wyler, David Wark Griffith, Alexandr Dovzhenko y Howard Hawks. Puede que haya muchos más, pero considero que los mencionados son los más importantes. Tan prestigiosa lista puede valer para un cinéfilo, pero entiendo que al espectador común no le tiene porqué afectar, y que si no llora o no se emociona durante la proyección está en su derecho a considerar que las dos horas y medias son tiempo perdido. A mi tampoco el intercambio afectivo entre el caballo Joey y el joven granjero Albert me ha hecho derramar una sola lágrima, pero he permanecido con la boca abierta de principio a fin, porque Spielberg se encuentra en la plenitud de su arte y rueda impartiendo lecciones magistrales, y lo increíble es que le hayan bastado tres escasos meses para hacer la obra más clásica y depurada de su filmografía.

Sé que no todo el público aguantaría hoy en día una sesión completa de “Lo que el viento se llevó” o de “Lawrence de Arabia”, y con “War Horse” pasa exactamente lo mismo. Hay mucha gente que no se va a identificar con la sensibilidad de la película, que pertenece a la de la época del Hollywood dorado. Aún así, considero que el melodrama sentimental a la vieja usanza no es un obstáculo, sino un medio narrativo para recuperar un lenguaje cinematográfico en desuso, a pesar de su gran valor expresivo. La forma en que Spielberg encuadra a animales y a humanos dentro del paisaje es absolutamente pura, tanto como el amor por la tierra que transmite este relato de amistad y aventuras bélicas. Y quien no comprenda la paradoja histórica que encierra que se quede con el significativo plano del caduco caballo de batalla frente al carro blindado del futuro, situado en la recta final de la masacre del Somme que costó alrededor de un millón de bajas entre ambos bandos.