Raimundo Fitero
Bilbainada
Acupuntor y criador de perros, ha abierto una senda para que cualquiera pueda dar muestras de sus incapacidades emocionales, de su idea del mundo que empieza y acaba en la fama televisiva. Una fama que se busca porque da dinero, pero que en el caso de Arístides Alonso, joven nacido en Barakaldo, que reside en Derio, pero que se presentaba como ciudadano del botxo, lo ha hecho al revés, porque participó en un subasta en e-bay para poder entrar como concursante en GH 12+1. Es decir, invirtió 79.100, pagó para que le abrieran las puertas de la casa de Guadalix, pero a los siete días exactos la audiencia lo expulsó con un porcentaje rotundo. Le ha salido a unos nueve mil euros la noche, lo que, dicho en estilo txirene, se convierte en una bilbainada surrealista, porque por ese dinero se pueden elegir mejores destinos.
Estamos ante un alma cándida absorbida por el mundo de la intrascendencia mediática, capaz de apostar de una manera tan incomprensible para ocupar una cama en esa casa de colores, o es un lince que sabe que se hablará mucho de él, que si no se tuerce mucho la cosa, recuperará la inversión en unas cuantas apariciones en los otros programas vampiro de la propia Tele 5. No se puede pensar en una estrategia para acabar siendo el próximo encantador de perros de algún programa televisivo, ya que lo único que hizo con cierta intención en su corta estancia fue relacionarse de manera muy tierna con un cachorrito precioso al que le hablaba y con el que tenía mejores relaciones que con todos los otros concursantes.
Los momentos más surrealistas de toda su instancia era cuando después de haber criticado a todos su compañeros, a los que conocía solamente de verlos por televisión por lo que entraba con una idea preconcebida de cada uno, se levantaba y les pedía a todos que lo abrazaran. Algo muy curioso, como muy televisivo, para chupar minutos en los reportajes, pero que le ha sido insuficiente para seguir allí. Recuerdo a un viejo compañero que cuando iba a un restaurante y no le había gustado la comida, solicitaba que saliera el chef, lo abrazaba y le decía: «Abráceme, porque no nos veremos nunca más».