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Oihana Llorente Periodista

La solidaridad no cotiza al alza

El cielo estrellado como cobijo y cartones a modo de somier. Estas casas descapotables son el único amparo de miles y miles de ciudadanos y ciudadanas ante la ola de frío que nos sacude en las últimas semanas en Europa. Las gélidas temperaturas ya han acabado con la vida de más de 250 personas en este viejo y rico continente.

Mientras esta realidad es inimaginable para muchos de los mortales, las televisiones se convierten en ventanas que nos muestran obscenamente las más lujosas y exclusivas mansiones. Cuando la gente muere de frío, de hambre y de abandono, hay quien emplea su riqueza en un ostentoso vestidor para el gato.

La crisis que azota al mundo ha disparado las desigualdades sociales, empobreciendo a los que menos tienen y convirtiendo a los ricos en más poderosos todavía. Y las soluciones que pretenden imponer Angela Merkel, Nicolas Sarkozy o Mariano Rajoy nos distanciarán aún más de ellos. La reforma laboral y los recortes que acarreará esta última medida instalan con más ahínco entre nosotras y nosotros la economía basada en el miedo. El temor a perder el trabajo o a no poder hacer frente a la hipoteca acalla cualquier atisbo de resistencia por parte de la población.

En este contexto, la solidaridad no parece cotizar al alza, sino justamente todo lo contrario, y la humanidad parece estar en riesgo de extinción.

¿Qué tipo de sociedad estamos construyendo con estos valores? ¿Cuándo se dejó de compartir para dar, en el mejor de los casos, lo que nos sobra? El miedo siempre ha sido uno de los aliados más fieles del poder, un instrumento que tradicionalmente ha utilizado. Pero que esa utilización sea eficaz o no depende de cada una de nosotras y nosotros.

De lo que verdaderamente no hay duda alguna es de que la justicia social no es ya solo una cuestión ética, sino de vida y muerte.

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