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Gorka Zabala Cia Preso político vasco

El espejo

La historia que voy a contar gira en torno a unos sucesos concretos, no exclusivos, padecidos por demasiadas personas. Es quizás menos reconocible su desenlace. No por ser único, sino porque seguramente haya sido compartido en menos ocasiones.

Esta es la historia de un humilde militante que, al igual que a otros muchos, le tocó enfrentarse a una situación que siempre deseó no tener que hacerlo. Pero una noche, siniestras sombras llamaron a su puerta y se lo llevaron a su lejana guarida. Solo y ante la oscuridad, se dispuso a encararla con la entereza que caracteriza a esa popular estirpe a la que siempre soñó pertenecer. La de los hijos e hijas de Itziar. Aquellos que antes de decir un solo nombre preferían morir. Pero no fue así. La fuerza de aquella oscuridad y sus sombras lo arrollaron. No solo no pudo cumplir sus expectativas, sino que las que sí cumplió, y a la perfección, fueron las de las sombras. La oscuridad logró todos y cada uno de sus objetivos. Cuando fue llevado ante quien ordenó desatar aquella cacería, el militante no fue capaz más que de cumplir lo que le ordenaron: negar lo vivido y afirmar la mentira. Fue tal la satisfacción de la oscuridad que le hizo un regalo especial. Un espejo mágico. Y tenía de mágico que era como la sombra de uno mismo. Hay días que no aparece, pero los más se empeña en acompañarte a todos los lugares. Y, al igual que nadie sabe cómo desembarazarse de su sombra para siempre, también el espejo parecía eterno.

Cuando se desvaneció la oscuridad, aquel militante miró fijamente al extraño cristal. En su reflejo observó la silueta de un ser cobarde, débil, sin dignidad, que había traicionado a los suyos y sus propios principios. Una profunda herida interior se abrió al reconocerse en aquella imagen. Era una herida que rivalizaba en dolor con todas las que las garras de las sombras le habían infligido. Pero si en algo las superó fue en permanencia.

Con el paso de las lunas, muchos amores y abrazos le ayudaron a calmar el dolor y a curar las heridas. Pero solamente una, la que parecía enraizada en aquel espejo, era la que no cicatrizaba. Quizás estaba más seca, pero se mantenía abierta. El militante aprendió a evitar mirar al brillante espejo, pero a veces una despistada o cansada mirada volvía a encontrarse con aquella imagen, y la herida volvía a supurar.

Esta es la historia de la vergüenza del vencido, de la humillación del derrotado. Es la historia de quien siente haber traicionado. Un sentimiento que, por más falso que pueda ser, no deja de sentirse como una realidad. Podría tratarse de una simple fábula si muchos cuentos no se basaran en vivencias reales. Y este retrata mi propia experiencia. No sé si algún día seré capaz de lograr que esa profunda herida cicatrice del todo, y que ese maldito espejo desaparezca para siempre, estallando en mil pedazos. Lo que sí sé es que la tortura es un instrumento de destrucción individual y consecuencias colectivas. Una cruel arma política. Y solo desde el compromiso colectivo se podrá lograr que nadie más tenga que enfrentarse a esa dolorosa oscuridad. Porque no basta con soñar que estas pesadillas abandonan nuestros sueños. Habrá de ser una conquista política. Una más de esta nueva y esperanzadora etapa que ha emprendido nuestro pueblo.

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