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ANáLISIs | nuevos estados en el siglo xxi

La sexta ola independentista se acerca a los últimos diques

El autor analiza la aparición de nuevos Estados en el panorama internacional y la crisis de los actuales, haciendo un repaso histórico de los acontecimientos trascendentales en Europa, subrayando los fracasos de quienes abogan por el unionismo.

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Txente REKONDO Gabinete vasco de Análisis Internacional (GAIN)

El inicio del nuevo siglo ha estado acompañado, para sorpresa de algunos y esperanza de otros, por la aparición de nuevos Estados en el panorama internacional. Aquellas voces que durante la última década anunciaban a bombo y platillo la decadencia del estado-nación ante el impulso del fenómeno conocido como globalización han tenido que rectificar sus bases teóricas, y más todavía cuando hemos asistido al papel protagonista que han jugado dichos actores estatales durante la reciente crisis económica y financiera mundial.

Los datos demuestran que, lejos de desaparecer, estamos asistiendo a una realidad en la que aumenta el número de nuevos Estados. Tras la llamada «Guerra Fría» y con el desmantelamiento del espacio soviético y la posterior desaparición de la federación yugoslava, solo entre 1990 y 1999, treinta y dos países pasaron a ser miembros de pleno derecho de Naciones Unidas, y ya en los primeros años del nuevo siglo XXI les acompañarán Tuvalu, Serbia, Montenegro, Suiza y Timor-Leste. Posteriormente hemos sido testigos también de la declaración unilateral de independencia de Kosovo, reconocida por varios Estados, y más recientemente, este mismo año, al nacimiento de un nuevo Estado en Africa, Sudán del Sur.

Pero es que esa tendencia no parece que vaya a terminar con esas experiencias. Así, en el corazón de la llamada vieja Europa, son cada vez más las voces independentistas que se oyen expresarse desde Escocia, Groenlandia, Faroe, Catalunya o Euskal Herria. Sin olvidar tampoco procesos como el del Sahara, Palestina o Boungaville, entre otros, que se encaminan en la misma dirección soberanista.

El derecho de autodeterminación (DAD). Algunas teorías sobre el tema analizan esta realidad desde una visión en torno a unas supuestas oleadas. Según esos trabajos, la primera oleada moderna en torno a la autodeterminación y al ejercicio de la misma la encontramos en los años 40 del pasado siglo, en un contexto dominado por las secuelas de las dos guerras mundiales, la creación de Naciones Unidas, y sobre todo como un intento de articular los mecanismos necesarios para evitar nuevas confrontaciones bélicas y encaminar el derecho de autodeterminación de los pueblos. En este momento se diseñó una aceptación genérica del citado derecho.

Posteriormente, vendría la segunda ola, durante las décadasde los 50 y los 60, caracterizada sobre todo por los procesos de descolonización desarrollados en Africa y Asia. Este período ligó de manera muy directa el DAD con situaciones de colonización, un argumento que en años posteriores utilizarán algunos Estados-nación para denegar el ejercicio de ese derecho a algunas minorías o pueblos dentro de sus fronteras.

La tercera ola estará marcada por la desintegración del espacio soviético, y con experiencias en lugares como Timor o Quebec. Estos años verán una alteración sustancial de las fronteras en Europa, con nuevos Estados en su seno y con experiencias como la separación pactada de Checoslovaquia en dos nuevos Estados (República Checa y Eslovaquia), que se aleja de las imágenes interesadas promovidas por algunos Estados para ligar independencia con guerras.

La ruptura de la federación yugoslava, y el referéndum en torno a la independencia de Montenegro de 2006, junto al proceso de paz irlandés, que en cierta medida abre las puertas al reconocimiento del DAD del pueblo irlandés por parte del Gobierno británico, son los ejes centrales de la cuarta ola.

Finalmente, hasta ahora, la quinta ola la ha protagonizado la declaración unilateral de independencia por parte de Kosovo, y la más reciente de Sudán del Sur. Paralelamente, estos años están surgiendo también nuevas teorías en torno al DAD, que rompen con la lectura obstruccionista y reduccionista que algunos Estados quieren imponer para evitar sobre todo el ejercicio del mismo por otros pueblos. Y muy probablemente sean esas nuevas experiencias las que protagonizarán la futura sexta ola independentista en los próximos años, y en la cual Euskal Herria tendrá un lugar preferente, junto a otras realidades anteriormente citadas.

La oposición de algunos Estados. Es evidente que mientras los datos muestran el auge de los nuevos Estados-nación, todavía son muchos los gobiernos que se oponen al ejercicio del DAD. Durante estos años nos han repetido hasta la saciedad el declive del Estado ante las nuevas instituciones y organismos transnacionales (la crisis del Estado-nación la denominaban algunos), ante el empuje de la globalización, y todo ello para indicar que los pueblos no necesitan de la estatalidad para convivir de igual a igual en el escenario internacional.

Pero, una vez más, la realidad nos muestra otra cara. Los que en su día defendían la decadencia estatal se consideraban pertenecientes a un determinado Estado-nación, aunque disfrazaran su discurso con el socorrido argumento de «ciudadano del mundo». Esos mismo autores se han cansado de decirnos que las fronteras europeas eran invariables, y sin embargo en estos años los cambios experimentados echan por tierra esas afirmaciones. Como también se han caído los mitos creados en torno a un escenario caótico tras el ejercicio del DAD, y probablemente sus autores son conscientes de que el único llamamiento a la imposición violenta proviene de los defensores del unionismo actual.

Otra de las características de ese Estado-nación ha sido la utilización del doble rasero. Así, mientras se oponían a la independencia de Chechenia (caso de Rusia, alegando ser un asunto interno y permitido por la mal llamada comunidad internacional) o de Kosovo (caso del Estado español, temeroso de un efecto dominó tal vez) o de Euskal Herria (los Estados francés y español), en otras ocasiones mediaban en conflictos y apostaban por el ejercicio del DAD como fórmula para solucionar los enfrentamientos (caso de Sudán del Sur, Boungaville, donde se han materializado acuerdos por los que a través de un referéndum esos pueblos han decidido o decidirán su futuro).

La que verdaderamente sobrevuela sobre algunos Estados es la llamada crisis identitaria. En ese sentido asistimos a la crisis en torno al Estado belga, donde algunos se aferran como clavo ardiendo a un proyecto «Bélgica» que hace aguas por doquier, mientras que la mayoría de Flandes tiene bien claro que su futuro no pasa por mantener esa casa agrietada. Algo similar acontece en el Reino Unido, donde las voces que reclaman una Inglaterra independiente, se unen a una situación donde el marco común hace tiempo que se desvanece, con un futuro unido para Irlanda, con Gales buscando nuevas fórmulas, y sobre todo con Escocia dispuesta a afrontar en solitario un futuro estatal. Por no hablar de casos más cercanos...

Viabilidades y fracasos. A la vista de todo esto parece evidente que el fracaso está ligado a los intentos obstruccionistas de algunos Estados. Unido además al fiasco de determinadas fórmulas tradicionales como el llamado autonomismo o «innovadoras» como la co-soberanía. Hoy en día cualquier pueblo que pretenda tener voz propia en el escenario internacional debe ser Estado; las fórmulas regionalistas, autonomistas, siempre están bajo la sombra del «hermano mayor» (Estado) de turno, y en ocasiones se sitúan incluso por detrás de las llamadas megaciudades.

Por el contrario, los malos augurios sobre la viabilidad de los nuevos Estados también caen por su propio peso. La profesora y economista Elisenda Paluzie señalaba sobre la viabilidad económica de las llamadas naciones sin Estado que «cuando ganan poder y fuerza los mecanismos que favorecen la secesión, vemos que básicamente un Estado muy grande difícilmente puede satisfacer las necesidades de sus ciudadanos, por falta de proximidad. Y esa situación se invierte cuando hablamos de gobiernos más pequeños y por tanto más próximos a ellos. La globalización y la liberalización comercial han favorecido por tanto esas tendencias secesionistas, y por ello se explica mejor que cada vez haya más Estados nuevos, viables, y que los grandes Estados-nación estén en claro retroceso».

Y para ello añadía que la necesidad de la estatalidad es clave. «No es que sea sólo viable, sino que es necesario también, porque para poder competir en este mundo globalizado necesitas que el Gobierno esté cerca, y que haga una inversión publica en base a las necesidades de su estructura económica».

Las experiencias de estos años en la formación de los nuevos Estados nos muestran en muchas ocasiones un guión similar. Las reivindicaciones democráticas de los pueblos reciben respuestas negativas por parte del Gobierno central, lo que a su vez genera un aumento de las tendencias y reivindicaciones soberanistas. Esa situación agranda y profundiza los desencuentros entre ambas partes, lo que desencadena un proceso independentista (vía referéndum o consulta, o de facto como es el caso de Kosovo) que traerá consigo la formación de un nuevo Estado.

Los cambios y transformaciones que se están produciendo en el escenario político e institucional de algunas naciones sin Estado van además acompañados de diversos reconocimientos jurídicos por parte de los gobiernos centrales. Así, en Escocia, la llamada Union Act (1707) reconoce un status diferente; en Groenlandia el nuevo marco reconoce el status de nación y el derecho de autodeterminación; el Acuerdo de Viernes Santo reconoce el derecho a decidir a la población de los seis condados del norte de Irlanda; en Quebec, una sentencia del Tribunal Supremo (1998) reconoce la necesidad de negociar llegado el momento entre el Gobierno central y Quebec la separación de este último.

La otra cara de la moneda la representan las tradiciones jurídicas de Estados como el español o el francés, donde sus posturas centralistas y chovinistas impiden cualquier similitud con las experiencias citadas anteriormente. Por ejemplo, el Tribunal Constitucional español en 2008 declaró inconstitucionales la ley de consultas del Parlamento de la CAV, y en 2010, en la sentencia sobre el Estatut de Autonomía de Catalunya, negaba la constitucionalidad de la definición de ésta como nación y su derecho a decidir.

De todas formas a la vista de lo aquí desarrollado, parece evidente que cada día que pasa cobra más fuerza la cercanía de esa sexta ola independentista con los actores señalados.

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