Pocas veces, como esta semana, ha quedado tan claro que el Atlántico es un océano que separa dos mundos. Aunque esta vez los papeles se hayan invertido. Mientras el frío glaciar de los recortes convierte a la Europa social en un inmenso lago helado, el presidente del país que eleva el individualismo a categoría absoluta, EEUU, ha presentado un proyecto presupuestario que apuesta por el gasto público y la inversión como recetas contra la crisis.

Barack Obama ha decidido sacrificar la lucha contra la deuda -verdadero Talón de Aquiles del imperio estadounidense- en el altar de la recuperación económica.

Mientras tanto, la UE sigue jugando al gato y al ratón con una Grecia a la que se exige una dieta de adelgazamiento del gasto que amenaza con matarla de anorexia antes de que reciba el segundo tramo del «rescate».

El inquilino de la Casa Blanca habla de recargar, vía impuestos, a los ricos. El eco, en Europa, insiste en gravar a los que menos tienen, vía impuestos al consumo e IRPF, y exenciones tributarias a los empresarios.

Se me dirá, y es cierto, que EEUU y Europa están en las antípodas en materia de presión fiscal. Y que, consciente de que no pasará el filtro del veto republicano en el Congreso, el presupuesto de Obama tiene tufo de programa electoral en plena campaña para las presidenciales de noviembre.

No obstante, tengo para mí que mientras algunos en EEUU sueñan con despertar de la pesadilla de la crisis pareciéndose más a la Europa ideal, nuestros líderes europeos siguen embebidos por un modelo, el estadounidense, que está en el origen, precisamente, de la crisis.