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Análisis | libertad de expresión y arte

En apoyo a Ai Weiwei

Pionera en el uso de la tecnología como aliada del arte, artista de prestigio y muy premiada, esta madrileña y navarra de adopción (vive en Azpirotz desde hace años) lanza un grito en apoyo al disidente chino Ai Weiwi. Ambos «coinciden» estos días con su trabajo en la feria Arco. La posición participativa, de toma de posición, de denuncia, de exigencia de ley ética es una cuestión de conseguir a todo riesgo la libertad individual en todos los aspectos: libertad de expresión, derecho a ser diferente, a una vida y una muerte dignas...

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Elena ASINS | Artista

Ai Weiwei se ha convertido en el artista más polémico y el más emblemático de la actualidad. Ai Weiwei tiene 54 años, tiene una familia. Tiene un reconocimiento internacional muy potente, ¿por qué razón sigue luchando contra el sistema? Solo con guardar silencio podría permitirse sobrellevar la existencia, porque su posición de denuncia puede costarle la vida y la de su familia.

Pienso que la estrategia tomada por él es integral, participativa, ciudadana y desobediente a una oligarquía política opresora y torturadora. Seguramente, opta por la utopía de que está en nuestra mano la creación de otro mundo posible. De que la alternativa construida de abajo arriba es la posición idónea contra el poder opresor. Precisamente ahora, dentro de esta crisis o de esta estafa, estamos en el momento de generar espacios y herramientas de articulación de discursos, de generar una exigencia: Construir hegemonía desde una alternativa radical y con altura de miras, una transición poscapitalista que supere de manera radical el sistema imperante.

Ai Weiwei es un artista conceptual, un intelectual y, por lo tanto y por supuesto, un hombre comprometido con su país y con el nuestro. Con todos los países donde la acreditación «democrática» esconde, oculta, la solidaridad necesaria para la convivencia social y la subsistencia de los pueblos. Nadie puede mostrarse indiferente a que los derechos y privilegios conquistados con tanto esfuerzo y sufrimiento en estos últimos dos siglos los estemos perdiendo en unos años.

Seguramente, Ai Weiwei tiene la seguridad de que la posición de un artista, de un intelectual, se resume en dos puntos: guardar silencio o manifestarse públicamente. Guardar silencio puede no representar una derrota ni una indiferencia social, sino una posición alternativa a la injusticia. La posición que implica impotencia ante una sociedad adormecida y atemorizada (fue la posición del escritor Sándor Márai ante el estalinismo, que condujo a tantos revolucionarios al suicidio como al poeta Maiakovski o a la degradación de su trabajo, como al pintor Malévich en sus últimos tiempos).

En el caso español, la gente que hemos vivido la posguerra sabemos lo que fue la denuncia secreta, la tortura, la cárcel, la muerte, el hambre, las cartillas de racionamiento, el exilio, el miedo, el horrible temor y la humillación de haber sido vencidos. Parece, a veces, que estamos muy cerca otra vez, de volver al «eterno retorno» español. El vacío de intelectuales acaecido en España en las décadas de los 40 y 50 es suficientemente elocuente. En una ocasión, poco antes de su muerte, Jorge Guillén me decía: «Yo no quería que mis hijos vivieran este horror de la guerra, preferí emigrar». ¡Una guerra fraticida es lo peor que se puede inculcar en las nuevas generaciones! Aunque por supuesto, tienen la obligación y el derecho de conocerlo. La memoria es el elemento con el que el cerebro procesa los datos necesarios para crear la experiencia. La experiencia necesaria para no caer en la misma tragedia dos veces, ni tres, nunca. La posición participativa, de toma de posición, de denuncia, de exigencia de Ley ética es una cuestión de conseguir a todo riesgo la libertad individual en todos los aspectos: libertad de expresión, derecho a ser diferente, derecho a una vida y una muerte digna, etc., así como a contraer las obligaciones que ello conlleva.

Al ser entrevistado en una ocasión por la prensa, le hicieron la pregunta: ¿Es imposible ser artista en China sin verse afectado por la política? Y Ai Weiwei responde: «En ningún lugar es posible estar totalmente al margen». Y en otra ocasión, sus críticos le tachan de egoísta, de solo querer atraer la atención para ser famoso. A lo que contesta: «Nunca respondo a este tipo de críticas. Suponiendo que fuera así, habría mucha gente aprendiendo de ello y haciendo lo mismo. Pero caminar solo, meterse en problemas, ¿qué tipo de fama es esa? No soy tan estúpido como para arriesgar mi vida solo por intentar ser famoso». Se hace evidente que se trata de una cuestión ética.

Ai Weiwei conserva un frescor poético a pesar y precisamente, por su amargura vital, su crítica social y política. Si nos detenemos ante su instalación del año 2010 en la Tate Modern, «Sunflower seeds», podemos percatarnos de su capacidad simbólica y significativa. Significante y significado se funden para brindarnos la maravilla de la semilla y el sol, de la vida transformadora y metafórica. Él dice: «La imaginación es parte de lo que yo hago, no sé qué haría si no dispusiera de esta precisa imaginación». Le preguntan: «¿Qué debe cambiar? ¿Qué debe permanecer». Ai Weiwei responde: «Todo cambia y todo permanece lo mismo», un juego de lenguaje puramente oriental y, en cierto aspecto, me recuerda al «Tractatus», de L. Wittgenstein, en el sentido de que a veces el silencio es más elocuente que las palabras, y sobre todo cuando le preguntan: ¿Cuál sería su título favorito de una obra de arte? Ai Weiwei contesta: «Sin título».

Amante de la tecnología y los microblogs, comenta: «¡Es tan interesante ver lo que tiene en su mente otra persona, la comunicación directa e inmediata!». Cierto, no hay nada peor que recoger un mail del que ya no se espera contestación, porque ya no es el momento. El tiempo juega su baza en estos medios, es un elemento imprescindible.

En mi reciente conversación con Petra Pérez sobre Ai Weiwei, llegamos a la conclusión de que su obra maestra es, por principio, su posición ante la defensa de los derechos humanos. Su posición ética-política, ello no implica silenciar su obra escultórica, sus performances y sus instalaciones, y principalmente su desarrollo y enfoque arquitectural, tal como su participación con varios arquitectos, en el proyecto para los Juegos Olímpicos de Tokio en 2008. Dada la represión y aislamiento que en estos momentos padece Ai Weiwei, aquellos que nos denominamos artistas o gente trabajadora de la cultura universal, intelectuales en cualquier medida o dimensión, deberíamos unirnos y manifestarnos públicamente en su defensa. Un algo de solidaridad es siempre un argumento en pro y apoyo de la libertad y la cultura.

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