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Joxean Agirre Agirre | Sociólogo

Hielo azul

Al igual que el hielo azul se percibe de ese color por la luz que penetra en él, los argumentos y la energía de quienes apuestan por el proceso de normalización también han penetrado en la estrategia política de la derecha española, si bien Agirre la percibe aun como un compacto iceberg contra el que son necesarias organización, lucha, gestión eficaz y alternativa de los recursos públicos, imaginación, paciencia, acumulación de fuerzas, transparencia y audacia

 

El hielo aparece azul cuando tiene una alta consistencia y las burbujas de aire no impiden el paso de la luz a través de él. Como reconocen diversos estudios, el hielo más compacto, como el hielo glaciar, es sensible al impacto de la luz. Al incidir un rayo de luz, solo el componente azul de la radiación solar tiene la suficiente energía para adentrarse en  la masa de hielo. En tanto que absorbe los demás colores, el hielo glaciar se percibe de color azulado.

El azul es también el color corporativo de la derecha española, desde los tiempos de la Falange hasta el logotipo del Partido Popular, y hay quien ve en sus actitudes y primeras decisiones tras arribar a La Moncloa los síntomas de un invierno neofranquista. Azul glaciar, para más señas. Esta semana coincidí en una Iruñea bajo cero con un compañero de fatigas que advertía una preocupante glaciación política en Madrid, no sólo en los pasillos de Génova, sino también en los puntos neurálgicos del análisis y acción del Estado. Lo que denominamos durante años «poderes fácticos» del mismo.

Puede que el trasfondo de las declaraciones de intenciones de los principales portavoces y ministros del PP sea, precisamente, la correosa resistencia de ese búnker institucional,  financiero y mediático a abordar cualquier tipo de proceso resolutivo con principios y hoja de ruta democráticos. No niego que sea posible; es más, es harto probable, en tanto que si hubiera habido un solo gramo de voluntad por su parte, hace varias décadas que habría florecido una oportunidad como la actual. El proceso en curso se inicia y encarrila por encima de la expresa y expresada voluntad de esos sectores, de modo que sería completamente improbable que la derecha más oronda de Europa se sumase en los primeros compases de su mandato a apuntalarlo. El mismísimo Fraga habría dado un respingo en su postrero reposo de Perbes. Siendo objetivos, hay que reconocer que sus esfuerzos se encaminan a frustrarlo o a convertirlo en estéril, haciendo valer los dos ases que nadie puede arrebatarle de la mano: la represión y el chantaje con sus rehenes (en la cárcel y en la deportación).

De momento han pergeñado un guión provisional bastante previsible. Mariano Rajoy habla poco, lo justo, acerca de los grandes temas. La crisis estructural del sistema, el paro, la previsible recesión y hasta los controles antidoping a los deportistas de élite mantienen a España bajo sospecha. Su conflicto con los vascos, el «maldito conflicto» que tantas glorias le reportó segando la hierba bajo los pies de Rodríguez Zapatero, no cotiza en el parqué del mercado bursátil. Sarkozy, Merkel u Obama le miran con otros ojos, ávidos de imaginativas reformas liberales, y no tanto de movimientos de calado en el nuevo tiempo abierto en Euskal Herria.

Hasta ahora, «la prisión permanente revisable» de  Ruiz Gallardón, el «no les debemos nada» del Congreso y las majaderías de brocha gorda son la tónica general. Incluso han colocado en medio de la pista a dos clowns para concitar la atención de los medios. El primero, el «payaso triste», es Jorge Fernández Díaz. Antonio Basagoiti, en cambio, se parece más al «payaso tonto» en “Balada triste de trompeta”, la conocida película de Alex de la Iglesia. Su tarea primordial es atraer las miradas, asombrar al mundo con reflexiones insostenibles, y retozar en el charco de los insultos para goce y autoafirmación de asociaciones de víctimas y tertulianos de extrema derecha.

Pero nadie es tan insustancial como para poner en duda el alcance de la decisión de ETA de poner fin a la lucha armada, y creérselo. O para mezclar el «impuesto revolucionario» y una colecta navideña a favor de los presos políticos vascos. Y qué decir de la ocurrencia del desarme ocasional en una campa… Son gotas de humor genuinamente español, Pajares y Esteso con cartera ministerial. Así pues, como la derecha española puede ser tildada de muchas maneras pero nunca tenida por gilipollas, hay que concluir que las argumentaciones sobre las que pivota el tentetieso del inmovilismo son humo. Azul, pero humo evanescente al fin y al cabo.

En privado, el PP comienza a dar cuenta de su estrategia política para derrotar políticamente el proyecto independentista. Esta pasa, en una primera fase, por negar la naturaleza política del conflicto y, en consecuencia, ocultar las consecuencias del mismo en una parte de nuestra sociedad. La disolución de ETA, el perdón y la ley, la batalla sobre el relato, son algunos de los cascabeles que hace sonar a todas horas. Las alusiones a la mafia y a los violadores de Basagoiti son boutades con las que vestir ese santo que tan pocas devociones despierta. En ese sentido, la terapia de grupo emprendida por un pequeño grupo de presos políticos en la cárcel de Langraiz, con los derechos penitenciarios en juego, se ha convertido en el banderín de enganche para los que leen el conflicto y sus consecuencias en clave de beneficio inmediato.

Una vez reducidas al ámbito moral y penal las secuelas de muchas décadas de conflicto, la segunda fase de la estrategia del PP se centrará en negar la necesidad del diálogo político que abra paso a un acuerdo democrático entre todas las culturas y realidades político-sociales existentes en Euskal Herria.

Negar el conflicto para, acto seguido, cuestionar la necesidad de un pacto democrático que incluya el reconocimiento y posible materialización de todos los derechos y de todos los proyectos políticos.

De modo que comienzan a ser visibles los movimientos políticos de la derecha española. Y, claro está, tan importante es exigir responsabilidad histórica a todos los agentes políticos que defienden la naturaleza política del conflicto y la dimensión democrática de su resolución como    combatir con firmeza las pretensiones del PP, la CEOE, la Banca, la Iglesia y los grandes lobbies de la comunicación española. Cuando el ministro del Interior afirma que «la resolución solo será posible a través de la política», se refiere a nuestra derrota política. En cualquier caso, esa declaración es un pequeño avance que requiere de pedagogía y recorrido democrático. La organización, la lucha, la gestión eficaz y alternativa de los recursos públicos, la imaginación, la paciencia, la acumulación de fuerzas, la transparencia y la audacia desmentirán su pronóstico.

Como delata su color, la luz parece haber entrado en la masa compacta de hielo que hasta ayer amenazaba con un invierno perpetuo. Si hoy se aprecia azul es porque hemos inyectado argumentos y energía en la justa medida, y esa es la vía en la que hay que perseverar. La confrontación democrática con el Estado es una tarea ardua y prolongada: impulsar el cuarto punto de la Declaración Internacional de Aiete, cambiar la política penitenciaria como antesala de un tiempo sin personas presas o exiliadas, salir a la calle con más fuerza que nunca el 29 de marzo, exigir toda la verdad y reconocimiento pleno sobre  todas las consecuencias del conflicto… Tenemos tareas urgentes. Lo que hoy es un enorme y azul iceberg erguido, mañana será el último vestigio de otra División Azul derrotada. Entre tanto, nuestro azul será el de la bandera escocesa.

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