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Anjel Ordóñez Periodista

Cuidado con los pantalones

Cuando Sarkozy, en los albores de la crisis, amenazó con refundar el capitalismo, un escalofrío recorrió Occidente. Entonces, aún sin saber más, muchos pensamos que las cosas se iban a poner muy feas para los de siempre. Y nos quedamos cortos. Muy cortos. Poco a poco vamos conociendo en toda su profundidad las intenciones de quienes en Europa manejan el pandero. Empezaron avisando de que aquellas vacas sanas y lecheras que pastaban por doquier quedarían encerradas y sin poder salir de los libros de (su) Historia. Siguieron anunciando que, en adelante, los nuevos agujeros de (nuestro) cinturón se harían de dos en dos. Que habíamos vivido de forma inconsciente por encima de nuestras posibilidades, que nos habíamos acercado demasiado al sol y se había derretido la cera de (nuestras) alas. Y que, bien pensado, los agujeros, mejor de tres en tres. Ahora, directamente, nos quieren quitar los pantalones. Adivinen ustedes para qué.

Sin restar ni un ápice de gravedad a la reforma laboral perpetrada por Rajoy, sospecho que todo esto no ha hecho nada más que empezar. ¿Por qué? Porque a este (otro) gallego siguen sin salirle las cuentas que le exigen desde los despachos nobles de la comandancia europea. Como dice el axioma, una muy mala situación siempre es susceptible de empeorar. Y sin duda lo hará si no se pone remedio. Ya no valen paños calientes, ni tampoco tole(r)rancias, ni discursos huecos, ni llamamientos a nada que no despida humo.

Puede que haya llegado la hora de hablar con claridad mediente términos inequívocos, contundentes. Porque no es reforma laboral, es decreto de esclavitud. No es contención salarial, es atraco a mano armada. No es desempleo, es pura miseria. Porque no rescatan a Grecia, la someten, la saquean. No fomentan la competitividad, alientan el canibalismo... Acaso si desnudamos las palabras, si las despojamos de sus engañosos ropajes, lleguemos a la conclusión de que con quienes tratan de quitarnos los pantalones no hay que dialogar, hay que atarles las manos antes de que nos las echen al cuello.

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