Félix Placer Ugarte Teólogo
La sociedad emergente en la crisis global
El autor analiza la inmensa globalización de un sistema que «estrangula con sus poderosos anillos» e «inocula el veneno del pensamiento único». Considera que hacerle frente es un desafío de proporciones mundiales y apuesta por una conciencia local y global, por dar respuestas eficaces desde una nueva ética. Frente a ese reto, subraya la pujanza de una nueva sociedad vasca emergente.
Las alarmantes y graves situaciones de precariedad, falta de empleo, desahucios, expedientes de regulación de empleo, están poniendo de manifiesto el alcance y amplitud de la actual crisis económica. Las medidas que se aplican y, en especial, la reciente reforma laboral, los recortes sociales, ajustes, privatizaciones, obedecen principalmente a los intereses del capital, de bancos, mercados financieros, empresarios y sus consecuencias, que siempre perjudican a la parte más desfavorecida de la ciudadanía y a trabajadoras y trabajadores, son la parte visible de ese inmenso iceberg del capitalismo neoliberal.
Además, la inmensa globalización de un sistema económico-liberal basado y movido en el lucro y beneficio del poder financiero y mercantil se comporta como una voraz serpiente. Su estrategia es doble. Estrangula con sus poderosos anillos económicos, políticos y culturales para exprimir cualquier riqueza en provecho de su insaciable estómago capitalista, e inocula el veneno del pensamiento único que paraliza la capacidad crítica y dirige a sus víctimas, bajo apariencias de libertad, hacia las fauces del consumismo irrefrenable y de la aceptación convencida de la ideología neoliberal como la única posible para nuestro mundo. Dejarse conducir y llevar, sin preguntarse ni hacia dónde ni por qué, es la calculada estrategia de la serpeante globalización que se introduce por todos los resquicios de nuestra existencia y va devorando cada uno de los valores humanizadores que pretenden combatirla.
Estamos, por tanto, ante un desafío de proporciones humanitarias mundiales y es necesario tomar conciencia local y global para ofrecer respuestas eficaces desde una ética, concretada en la diaria realidad, en la ciudadanía más golpeada, en los pueblos y gentes ahogados por los anillos que constriñen la vida cotidiana y la dignidad de todas las personas, en especial de las más débiles.
Porque, efectivamente, la crisis económica se apoya en los falsos valores de quienes detentan poder económico y de la política dominante. Su ideología pretende someter las conciencias y se extiende en formas culturales excluyentes que tratan de impedir a muchas personas el sentido crítico de la situación y de sus verdaderas causas, suprimiendo toda alternativa. Quien no piensa como el mercado, no piensa. Quien no consume los productos generados por ese mismo mercado, no vive. Quien no se somete a los imperativos de las finanzas y el imperio de los bancos, no es ciudadano o ciudadana reconocida. Es necesario adaptarse, abdicar de la propia voluntad para obedecer al mandato anónimo de los mercados financieros, que condena, en nombre del «realismo», toda resistencia, indignación o disidencia. Y, de esta manera, se presentan como la única y exclusiva fuerza motriz, capaz de poner a flote la corrompida economía en la que todo vale con tal de ser competitivo.
La globalización capitalista llega a todos los rincones del planeta, ignorando o suprimiendo derechos de individuos y trabajadores, soberanía de los pueblos, libertad de culturas, sostenibilidad ecológica, diversidad de regímenes políticos. Este proceso globalizador es la característica principal del ciclo histórico inaugurado por la caída del muro de Berlín, en noviembre de 1989, y la desaparición de la Unión Soviética, en diciembre de 1991. Pero ahora no apunta a conquistar los países, sino los mercados. Su preocupación no es el control físico de los cuerpos ni la conquista de territorios, como fue el caso durante las invasiones o los períodos coloniales, sino la posesión y control de las riquezas, motor del mundo.
Sin embargo, los resultados de esta globalización, afirma Fritjof Capra «han dejado indiscutiblemente claro que el capitalismo global (...) Ha profanado el santuario de la vida al tratar de convertir la biodiversidad en monocultivo; la ecología, en ingeniería y la propia vida, en mercancía». Es hoy una «megamáquina esclavista y totalitaria» (Edgar Morin), que ignora la humanidad.
Por ello, no han tardado en surgir hace ya unos años movimientos, grupos y organizaciones que abogan y luchan por «otro mundo posible», por nuevas sociedades emergentes. Desde el primer Foro Social Mundial de Porto Alegre (2001) hasta Dakar (2011) -donde la teología de la liberación ha estado presente y activa- y en diversos lugares del mundo, pueblos, personas y grupos alzan su voz de denuncia y protesta y mantienen viva la esperanza y la acción por una real transformación sistémica de la economía/ecología, de la cultura, de la política.
A pesar de los muchos obstáculos y amenazas generados por el mismo sistema para someter las conciencias, silenciar las reivindicaciones y conducir el pensamiento haciendo ver que solo en el actual sistema hay solución práctica -que lleva a la mayoría social a votar a un partido neoliberal, anclado en el sistema actual- se abre un periodo nuevo de esperanza, compromiso y trabajo: de utopía realizable.
Como pueblo de Europa, también Euskal Herria se ve afectada por el círculo globalizador del orden económico internacional del mercado y del capitalismo neoliberal en todas sus dimensiones. Por ello, Nekane Jurado y otros, analizando y denunciando la concentración de riqueza y toda la estrategia de una «crisis anunciada» para beneficio de los poderosos, se preguntan: «Euskal Herria ¿de quién?». En última instancia, la crisis y su interesada gestión en favor del capital, para el que no existen pueblos ni identidades, intenta arrasar cualquier intento de soberanía solidaria y anular los esfuerzos, luchas y compromisos por otra Euskal Herria posible.
Sin embargo, el movimiento emancipador y los nuevos valores éticos basados en una economía compartida, en un desarrollo sostenible, en la igualdad de género, en la responsabilidad ecológica, en el derecho a decidir... van penetrando en capas cada vez más amplias de la ciudadanía vasca, haciendo emerger una nueva sociedad crítica, indignada, socializada y solidaria, democrática, con conciencia de su identidad como pueblo, sujeto soberano de sus decisiones.
Reclaman y preparan una economía («oikos nomos»: ley de la casa) donde la convivencia, la relación plural, se guíen por la realización de todos los derechos humanos, personales y colectivos. Donde el conflicto político se resuelva por vías del diálogo sin exclusiones, y los derechos de presos y presas se cumplan sin injustas excepciones. Donde el reconocimiento y reparación de todas las víctimas impulsen una auténtica reconciliación desde la justicia. Donde se superen modelos autoritarios y patriarcales y las mujeres sean sujetos de pleno derecho social, laboral y político. Donde en lugar de recortes y ajustes que conducen a la precariedad a amplios sectores sociales, se elabore un nuevo tejido social en el que todas y todos vivamos con dignidad desde el cumplimiento de todos los derechos.
Cada día está más claro el horizonte de esta nueva sociedad plural donde se respeten y realicen personas y grupos, y Euskal Herria camine por caminos diferentes libremente consensuados y decididos, hacia un nuevo sistema político y económico, de convivencia y relación solidarias.