Mikel INSAUSTI

Quienes afirman que el cine de John Milius no puede conectar con el público actual se equivocan, porque en Hollywood le ha salido una nueva generación de imitadores que triunfan en la taquilla. “Infierno blanco” es una película de mentalidad conservadora y machista a más no poder, basada en principios tan básicos como la ley del más fuerte. Quiero pensar que si ha gustado es por su conexión con los deportes extremos de aventura y riesgo tan en boga, más aún los que se practican en la nieve a bajísimas temperaturas. Más allá de eso, su interés desde el punto de vista puramente genérico es escaso, puesto que carece de la autenticidad que el buen “survival” reclama. Los supervivientes que aquí vemos llevan a cabo acciones sin mucho sentido, que hasta podrían ser calificadas de suicidas. La secuencia de la  improvisada tirolina entre un acantilado y las copas de los árboles próximos es un claro ejemplo de su falta de realismo. Y me refiero a lo increíble del comportamiento humano, ya que no quiero entrar en el de los lobos, utilizados como mero elemento terrorífico que escapa al de su función dentro de la naturaleza salvaje.

Las apariciones de las manadas de lobos en medio de la oscuridad, con sus ojos encendidos a modo de puntos de luz que delatan su amenazante presencia, es lo más impactante de “Infierno blanco”, junto con la secuencia del espectacular accidente aéreo que se ha llevado los 35 millones de dólares del presupuesto. Cierto es que la interpretación del veterano actor irlandés Liam Neeson transmite energía, pero su esfuerzo se ve traicionado por el guión escrito por el director Joe Carnahan a partir de un relato de Ian Mckenzie Jeffers, al llenar de contradicciones su duro personaje de cazador de lobos que trabaja para una prospectora petrolífera. Debe ser el frío el que le congela las ideas, o tal vez su falta de coordinación está provocada por el recuerdo constante de la mujer amada. Sea como fuere, protagoniza una de las odiseas más pírricas y absurdas.