Raimundo Fitero
Honor
Es imposible apartar la vista y el oído del fenómeno de la justicia espectáculo. El yerno caminando con paso decidido, uniforme de chico bien, con parada ante los micrófonos, para recitar unas frases estudiadas, medidas, en las que más que exculparse en términos democráticos, busca la restauración de su mancillado honor calderoniano. Todo ello con un pequeño anuncio publicitario subliminal: el famoso coche azul. Todo es azul, o gris, su chaqueta, sus ojos, su camisa, el coche, sus ideas, su futuro, sus compinches.
Nos han contado que Al Capone fue derrotado por un problema fiscal menor. ¿La caída de una monarquía hereditaria de Franco puede empezar a tambalearse por un motivo semejante? Mientras el honor quede a salvaguarda, lo demás no importa. Aunque el honor, en estos tiempos se pesa, se mide, se cuantifica en papel moneda, en oro, o en transferencias a paraísos fiscales bien protegidos por el aval real. En los medios de comunicación generalistas, tienen una idea muy peculiar del honor, de la patria, de la corona y de la justicia.
Tanto en «El Gran Debate» de Tele 5, como en «Más se perdió en Cuba» de Intereconomía, aparece el asunto y se afronta desde posturas ideológicas que pareciendo diferentes, confluyen, aunque de manera muy dispersa. Coinciden en ambos programas miembros de Manos limpias, un sindicato, asociación, grupo de presión que está personada como acusación particular en este caso. La extrema derecha organizada peleando en los tribunales. Por su honor. La defensa de la Casa Real, sus actividades oscuras, sus movimientos sin control son posturas cada vez más indefendibles. El silencio complicidad.
La pregunta está en si el honor de la infanta es más importante que la legalidad vigente. Un agregado a la sangre borbónica puede hacer el paseíllo hacia un juzgado como imputado, pero alguien de la cadena hereditaria no puede. Y ahí empieza el honor mancillado de la propia justicia, de los derechos ciudadanos, de la sospecha de que la Monarquía no puede vivir siempre en el oximoron de calificarla como democrática, o con ese eufemismo tragicómico de constitucional. Es absolutista y antidemocrática por definición.