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Análisis | Reforma laboral en el Estado español

La reforma laboral frente al capital humano (I)

Los autores admiten que una reforma laboral puede ser positiva en la medida en que facilita la adaptación de las empresas a las nuevas situaciones, pero advierten de que ello puede llevar a una creencia equivocada de que cuanto peores sean las condiciones de los trabajadores, mejor estarán las empresas. El desempleo estructural no es solo un problema social. Es la pérdida del activo más importante que tienen todas las economías: el capital humano.

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EKAI Group

La reforma laboral es ya un hecho en el Estado español. Unos cambios normativos desde hace tiempo impulsados desde distintos ámbitos pero, fundamentalmente, desde las organizaciones patronales, han acercado sustancialmente el modelo normativo español al de otros países europeos.

Está fuera de toda duda que esta reforma laboral da una mayor flexibilidad a las relaciones laborales españolas. En síntesis, los empresarios van a tener mayores facilidades para despedir trabajadores o para modificar las condiciones laborales.

¿Es esto positivo en sí mismo? Podríamos entender que sí en la medida en que facilita la adaptación de las empresas a los cambios en la realidad económica. Este concepto es habitualmente aceptado por la dialéctica económica mayoritaria, patronal, e incluso, a nivel conceptual, por los propios sindicatos, con los matices y contrapesos que en cada caso puedan plantearse.

Sin embargo, en EKAI Center creemos que -incluso a este nivel teórico- es necesaria una mayor profundización y un replanteamiento más serio y de fondo de determinados conceptos que, en la ciencia económica dominante en las últimas décadas, se han dado con frecuencia por supuestos.

El problema de fondo radica, en nuestra opinión, en la necesidad de partir de un replanteamiento de la ciencia económica que, por encima de las habituales abstracciones «metafísicas», nos sitúe ante la realidad de lo que la actividad económica y la actividad productiva son en realidad: la dinamización de la actividad humana aplicada a la transformación del entorno.

Las abstracciones matemáticas «pseudo-económicas» todavía dominantes en nuestras universidades, que tienden a gestionar la ciencia económica con criterios similares a los que podrían utilizarse, por ejemplo, en la astronomía, parecen considerar la actividad económica como una actividad física trasladable a modelos matemáticos, en la cual el ser humano -de forma increíble- parece ser una especie de «espectador pasivo», ya sea como consumidor compulsivo o como pieza mecánica del tejido productivo.

Son estas concepciones «metafísicas» de la economía las que originan algunas percepciones digamos «deshumanizadas» de la actividad productiva que, en definitiva, consideran al trabajador como un elemento meramente pasivo de la actividad económica, como un mero «coste».

Para estas concepciones ideológicas -aún dominantes en buena parte de los países occidentales-, puesto que los trabajadores son para las empresas «un mero coste», la reducción de los costes laborales es una reivindicación permanente, que justifica cualquier estrategia económica. Contención de costes laborales, reducción de derechos laborales, son justificadas en todo momento, con uno u otro envoltorio y siempre con la misma base conceptual de fondo: la aparente evidencia de que, cuanto menos retribuidos y en peores condiciones se encuentren los trabajadores, mejor estarán las empresas y, por lo tanto, la economía.

El olvido de que la actividad económica es una actividad colectiva, producto del esfuerzo y la creatividad tanto de empresarios como de trabajadores es un desvío conceptual peligrosísimo para el análisis económico en general y para las políticas socio-laborales en especial.

En nuestra opinión, en cualquier política económica seria, es imprescindible establecer como objetivo básico de la misma cuidar, fortalecer y «mimar» el capital humano en su conjunto, pues no otro es el motor de la actividad económica.

Esto implica también una necesaria disociación entre las estrategias de empresa individualmente consideradas y las políticas económicas.

Es cierto, evidentemente, que empresas individualmente consideradas -y muy especialmente en la situación actual- pueden encontrarse ante situaciones en las que sea necesaria una determinada modificación estructural de las condiciones laborales o una reducción de plantilla.

La lógica parece indicar que, en este contexto, es económicamente beneficioso que los costes asumidos por esta empresa para adoptar estas decisiones se reduzcan.

Pero aplicar esta misma lógica a nivel macroeconómico presenta graves peligros. Porque una función esencial que corresponde a las políticas económicas en el impulso de la actividad productiva es la de asegurar que la fuerza laboral del país mantiene a pleno rendimiento su capacidad de aportación al tejido productivo.

Aunque ello resulte sorprendente para determinados posicionamientos teóricos, un trabajador en paro no es solo un problema social.

El pensamiento económico dominante tiende a considerar el desempleo como un problema social pero, en último término, como un instrumento para facilitar los ajustes empresariales, la reducción de los costes laborales, la «motivación» de los trabajadores y el mantenimiento de un «ejército de reserva». Es decir, un problema social pero un activo económico.

Un trabajador en paro es un trabajador que no solo no incrementa su formación, sino que pierde adaptación al equipamiento productivo, pierde destreza y pierde, en definitiva, capacitación. El desempleo estructural es un desastre para el futuro económico del país afectado por el mismo. No es solo un problema social. No es solo -como a veces comentamos con cierto cinismo- una pérdida de recaudación. Es la pérdida del activo más importante que tienen todas las economías: el capital humano.

Es todo esto lo que hace especialmente preocupante la situación española actual. Se repite que la reforma laboral va a hacer sensiblemente más fácil contratar trabajadores... porque va a hacer sensiblemente más fácil despedirlos. Se apela repetidamente al concepto de «flexiseguridad» cuando el actual cambio normativo, evidentemente, introduce medidas de flexibilidad laboral, pero no se alcanza a ver dónde quedan las medidas de «seguridad».

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