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OBITUARIO | Teresa Aldamiz

Una poetisa a quien los sicarios del Estado no arrebataron el alma

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Agustín GOIKOETXEA

Para muchos vascos, Teresa Aldamiz Mendiguren será recordada por la tragedia que marcó su vida, la muerte de su esposo, Santi Brouard, bajo los disparos de dos mercenarios al servicio de las tramas negras del Estado español. Pero si la dimensión de su querido Santi transcendía del ámbito político al humano, la de esta mujer, nacida en Filipinas, de padres ibarrangeluarras, se prolongaba más allá de su compromiso y el de los suyos con su país y con aquellos que lo conformamos al ámbito de la cultura, al de la poesía.

Teresa Aldamiz, con una sólida formación académica, arribó desde su Filipinas natal al país de sus ancestros, en una época en que muchos volvieron a recobrar la esperanza de que a través de la lucha y el trabajo en común era posible alcanzar retos, como crear las primeras ikastolas y otras metas que luego se conseguirían.

Dicen los que tuvieron la oportunidad de conocerla más de cerca que Aldamiz Mendiguren se encontró con un mundo muy diferente al que había vivido en sus primeras décadas de vida, allá en Filipinas. Fueron a partir de entonces años duros los que le tocaron vivir por el compromiso familiar con la causa vasca y la de sus trabajadores: la persecución, el aislamiento o el exilio. Supo hacer frente a las adversidades y crecerse ante ellas, incluso cuando le arrebataron aquello que más quería, su esposo.

Tras el mazazo de aquel 20 de noviembre de 1984 supo responder de la forma que mejor sabía, escribiendo un libro -``Poemas para vivir''- que dedicó a su marido. Era habitual encontrársela en las tertulias poéticas del Café Boulevard, en actos de denuncia de los sucesivos crímenes de guerra sucia, o en los repetidos procesos judiciales para esclarecer la muerte de Santi Brouard.

Tuvo tiempo de escribir otros poemarios, como el que vio la luz en 2001: ``The Blending Line'', escrito en inglés y posteriormente traducido al castellano por el músico Pablo Sorozabal. Pudo ser uno de los que releyó en los días previos a su fallecimiento ayer, en su domicilio de Bilbo, a escasa distancia de donde mataron a su esposo.

Su cuerpo regresará al Lekeitio natal de marido para fundirse con los restos de su querido Santi en un abrazo eterno.

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