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Fermín Congeta Sociólogo

Independencia y salud social

El autor defiende el proceso para conseguir una Euskal Herria independiente y socialista, no solo como condición, sino como algo determinante del resultado final frente a quienes defienden que primero la independencia y el poder político, y luego, desde ahí, una sociedad justa e igualitaria. Apuesta por luchar día a día, empezando por los más cercanos, por la salud social de este país; a saber: por los ingresos, el trabajo y empleo, la educación, la salud y la vivienda y la justicia, porque, de lo contrario, será imposible conquistar la libertad y la independencia.

«Independencia y salud social, o socialismo, son las dos caras de la misma moneda, la de la libertad de la humanidad, de los individuos, de las naciones y continentes» -Karbuts 1979-.

Se celebraba el año pasado un sukalki en uno de tantos pueblos de Bizkaia. Anochecía, y tras la entrega de premios se preparaba la cena a la que había sido invitado. El anfitrión, antiguo preboste nacionalista, me había asignado un lugar central de la mesa, frente a él. Capté de inmediato que la discusión estaba servida.

Él defendía la necesidad imperiosa de obtener para Euskal Herria la independencia y el poder político, para luego, desde allí, implantar una sociedad justa e igualitaria.

Por mi parte, insistía en que hoy, desde la oposición, si no somos capaces de establecer una sociedad más democrática y justa, frente al poder de la derecha, difícilmente lo haremos después desde el poder.

Todo concluyó en punto muerto, como cuando se discute sobre qué debió existir antes, si la gallina o el huevo.

La noche fue un tanto desasosegada. Aunque amigos, pensábamos de manera dispar, y era natural. Porque éramos distintos y veíamos la realidad de manera diferente. Él vivía una situación acomodada, y yo trabajaba en una empresa de trabajo temporal. Y es que nuestro pensamiento se adapta perfectamente a nuestra manera de vivir.

Al día siguiente me reproché interiormente, y con cierta rabia, no haber defendido que es precisamente el proceso que se desarrolle para conseguir una Euskal Herria independiente y socialista lo que no solo condiciona, sino que determinará el resultado final. La calidad del fruto depende siempre de su proceso de desarrollo.

Seguí pensando en las elecciones y recordé las de 1919. Aquellas en las que Don Indalecio Prieto, idolatrado por los socialistas tanto vascos como españoles, manifestó: «En el distrito de Balmaseda, libremente, espontáneamente, aquellas agrupaciones republicanas y socialistas han acordado apoyar a un candidato monárquico liberal, al señor Balparda, y yo tengo que decir aquí, públicamente que me parece perfectamente ese acuerdo».

La única pretensión de Prieto era que nadie le molestara en Bilbao. Y así el proceso electoral determinó el resultado final, el triunfo de las derechas, mezclado con un socialismo nacido caduco y tramontano, obsesionado únicamente por la toma del poder.

A través del tiempo, el hecho de que el voto de la mayoría establezca la legitimidad de un poder ha sido universalmente admitido como un procedimiento identificativo de la esencia misma del hecho democrático. ¡Tremendo error en el que han caído incluso grandes luchadores de la Libertad! En la obra «Contrademocracia», P. Rossanvallón parte de una constatación central que es: la necesidad de la ampliación de la vida democrática a otros registros diferentes y necesariamente complementarios a las elecciones.

Sencillamente porque la elección de cualquier partido político no garantiza, en sí mismo, que el poder ejerza su acción al servicio del interés general. 

Independizarse de un poder político opresor, ya sea nativo o colonial, no lo es todo. Lo que importa es que los representantes, elegidos por los ciudadanos, tengan conciencia de que todos seremos alguaciles de su acción. Porque lo que es palpable e indiscutible es que al menos un 80% de los electores ambicionamos la salud social. Algo que no está nada claro para los políticos, y desde luego muy lejos de sus intereses.

Platón -siglo V a. de J. C.- defendía que el Gobierno de la república debía estar en manos de los sabios, de los filósofos, según él. Tan convencido estaba de su propio saber que en tres ocasiones se presentó en Siracusa para hacer triunfar su «gobierno de magistrados- filósofos». Tras el fracaso decidió dedicarse a la enseñanza. ¡Cuántos pretendidos políticos, en Hegoalde, tras la transición, han imitado a Platón en lo de pasarse a la enseñanza, frustrados de la política! ¡Precisamente por eso, hasta los, aparentemente, más inteligentes y entregados a la causa del pueblo, precisan sentir nuestras miradas indagatorias en sus nucas! Porque estamos dispuestos a colaborar, pero no a transigir ni claudicar. 

No se puede establecer un lazo automático entre la salud social y la riqueza económica de un país. Hegoalde disfrutará en su conjunto de una notable salud económica, pero su salud social es deprimente desde el momento en que a día de hoy se producen ocho desahucios diarios. A eso se le puede llamar gangrena social, promovida por quienes detentan el poder político y económico.

Según el Índice de salud social europeo (ISS), se deben distinguir las siguientes dimensiones a la hora de definir el grado de salud social de un pueblo: ingresos; trabajo y empleo; educación, salud y vivienda; y justicia.

En Hegoalde, añadimos expresamente como exigencia de nuestra salud social, la vuelta de los presos políticos vascos a sus casas. No en virtud de una fraudulenta amnistía frente a los delitos no verificados, sino por el derecho a su liberación, por la injusticia y el abuso absoluto que han sufrido de parte del poder del reino, de políticos, policías y jueces.

Según el índice de salud social europeo, -ISS 2009- es Luxemburgo quien se halla a la cabeza de la salud social de los países europeos, seguido de los países escandinavos y Austria, con unos puntos que van de 76,6 a 63. Portugal y luego España, se sitúan en la parte inferior, última de la escala, con la salud social más degradada, de 36,9 puntos.

Parece claro que sin auténtica salud social, es imposible la libertad, y por consecuencia la independencia. 

Frente a la lucha por la independencia política en un determinado país, algunos pensadores han mantenido que la solidaridad en la lucha debe darse entre todos los pueblos humillados. Luchar por un nacionalismo les parece un acto de egoísmo frente al internacionalismo proletario. Por mi parte no veo contradicción alguna. No obstante, me resisto a considerar que la solidaridad no tenga que empezar por los más cercanos, como trampolín hacia toda la humanidad.

Si no soy solidario, si no lucho simultáneamente por la salud social de mi familia, de mi barrio y mi pueblo, ¿cómo voy a apoyar eficazmente a aquellos pueblos oprimidos tan lejos de mi vida y de mis posibilidades?

Apoyo la lucha de todos los pueblos oprimidos, sea por colonos o por nativos, ajenos todos ellos a las necesidades del pueblo. Pero me entrego a los míos, sin imitar ninguna forma de lucha, porque cada país tiene su propia problemática y su específica forma de conseguir su salud social.

Los caminos los hacemos los caminantes. ¡Pero es tan difícil luchar sin trabajo, sin vivienda y sin justicia! La cima de la salud social de Euskal Herria nos espera. Y no es más que el principio de nuestra libertad e independencia.

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