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Despropósito que retrata a una clase política ajena a su vocación de servir a la sociedad

Haya delito económico o no, las informaciones que se conocen en torno al cuñado del lehendakari y hombre fuerte de la sala de máquinas del PSE, Melchor Gil, claman al cielo. 419.000 euros cuyo origen no puede justificar, con pagos efectuados sin correspondencia alguna en sus cuentas bancarias, la compra de una parcela de terreno de casi 500 metros cuadrados en Castro Urdiales y la construcción de un chalé de lujo... un auténtico despropósito que retrata a unos políticos sin ética ni estética. Una burla, en toda regla, a la ciudadanía del país que vive momentos tan difíciles.

Aunque todavía no pueda establecerse una relación real de causa-efecto con técnicas forenses, todos saben que tal comportamiento no es ajeno a su relevancia política. Y ante el escándalo, no ha tardado el aparato del partido en salir en su auxilio. en defender su honorabilidad, en exigir una investigación transparente y diligente, y en acusar al PNV de juego sucio. El papel lo sostiene todo, pero ante este espectáculo descorazonador de Gil, que encima se autoproclama como «socialista», la duda se amplifica comprensiblemente en la gente: ¿dónde queda la vocación de servir a la sociedad que se supone a la clase política?

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