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Raimundo Fitero

Público o lata

Los contables de la televisión pública estatal andan con sus ábacos intentando ahorrar dinero, de todo menos de sus sueldos y prebendas, para cuadrar los números con doscientos millones de euros menos en su presupuesto birlado por la decisión del maestro del sentido y el lugar común, Mariano Rajoy, y sus ministros banqueros. La última genialidad que se conoce es que van a suprimir el público presencial que arropa los programas como es el magazine de la mañana. Lo van a sustituir, dicen, por una orquesta que, insisto en señalar las argumentaciones peregrinas que se dicen, podrán generar ingresos al comercializar el repertorio que interpreten. Vaya, están en el siglo diecinueve, pero además de algún planeta desconocido.

Probablemente estemos ante un globo sonda, un engaño, algo mal traducido del castizo, porque los figurantes parece ser que cobran ocho euros por asistencia unas cuantas horas y, me imagino, les darán un refresco y un bocadillo, poco más. ¿Con eso se salvan las cuentas? ¿Este tipo de ahorro es el que se debe emprender? Han cambiado de plató, a otro más pequeño, entre otras cosas porque los grandes estudios de TVE están afectados de aluminosis, como parece ser la metáfora de todo el ente, pero el público aplaudidor es una parte consustancial a este tipo de programa. Las latas, los aplausos enlatados no sirven sino es para reforzar. Esos cuerpos con vida, le dan proximidad, cotidianeidad, humaniza y sitúa en el tiempo a la emisión, los hace más asequibles, más humanos, por ponernos un poco campanudos.

Ahora sin los aplausos, las risas provocadas, los murmullos espontáneos, el calor de esos supuestos representantes de la audiencia, aunque sean pagados, miserablemente pagados, será todo frío, mucho más frío. Y la orquesta dará trabajo a músicos que es de imaginar cobrarán algo más que esos ocho ridículos euros. Los contables después sacarán números mágicos y les cuadrarán, a su manera. Que no retransmitan eventos deportivos de gran audiencia, se puede comprender como medida de choque, pero estos detalles suenan a caprichos, a gestos. Cada día un paso atrás. O uno adelante camino de su objetivo: la privatización.

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