Joxean Agirre Agirre | Sociólogo
Argumentos basura
El autor aborda el debate que, especialmente en Gipuzkoa, se ha generado en torno a la gestión de las instituciones y de los bienes públicos y que subyace en el fondo de la «polémica basura» que se ha organizado con la recogida de residuos puerta a puerta impulsada por Bildu. Resalta el hecho que un puñado de jóvenes, sin acceso directo a los «cenáculos de Adegi, Kutxabank y la Cámara de Comercio» esté determinado a poner en marcha otro modelo de gestión, otro estilo de gobierno y otro orden de prioridades, a pesar de la utilización que el PNV y PSE hacen del «latiguillo» de la basura. Y termina advirtiendo que persistir en esa actitud hará que el «atez ate» llegue hasta Ajuria Enea.
Ocho meses después del espectacular vuelco en las instituciones municipales y forales de buena parte del sur de Euskal Herria, la gestión de las mismas y de los bienes públicos ocupa buena parte del debate social, al tiempo que la política general sigue a expensas de la iniciativa de la izquierda abertzale. Un repaso de los primeros meses del nuevo año lo demuestra de manera diáfana: más de cien mil personas en Bilbao a favor de una nueva política penitenciaria, articulación del movimiento Herrira, presentación de la declaración en el Kursaal del documento Konponbide haizea dabil!, impulso de un acuerdo estratégico entre fuerzas soberanistas e independentistas de toda Euskal Herria, y, entre tanto, una decena de parlamentarios y senadores, 120 alcaldes, 44 junteros y más de un millar de concejales trabajando sin descanso en cuatro marcos institucionales diferentes.
Pese a ello, o, tal vez, en razón de ello precisamente, la clase política acostumbrada al bastón de mando y el cargo público vitalicio anda bastante soliviantada. Muy especialmente en Gipuzkoa, donde durante años Odón Elorza ponía concordia cívica y tazas de chocolate francés en sus recepciones donostiarras, y Markel Olano alfombra roja a todos los self-made man de la empresa guipuzcoana.
Ahora, un puñado de jóvenes sin blog personal ni acceso directo a los cenáculos de Adegi, Kutxabank o la Cámara de Comercio, está manipulando los centros neurálgicos del poder económico y político de la provincia. Ni con lo de Fukushima pasaron tanto miedo, pero es lo que tiene la «maldita democracia»: vale lo mismo el voto de los empresarios agrupados en la extinta Gipuzkoa Aurrera, que el del parado crónico, la mujer amenazada de desahucio o el joven independentista con rastas.
Después de gozar durante ocho largos años de instituciones a su medida, con la primera fuerza política de Gipuzkoa expurgada a golpe de ilegalización, la apuesta soberanista y de izquierda encarnada por Bildu se ha visto recompensada por una de cada tres personas de entre las que votaron en mayo. Demasiado peso, pensaron, como para ensayar fórmulas de cogobierno que les marginen. De ahí que, entre otras muchas, la alcaldía de Donostia y el Gobierno Foral quedaran en manos de Bildu. Desde el día siguiente a que Izagirre y Garitano recogiesen sus makilas, PNV y PSE comenzaron a tejer su telaraña: la crisis, la falta de experiencia y la presión mediática acompañarían al griterío constante de sus cargos públicos.
A su favor, el haber dejado las cuentas públicas temblando, algunas de las principales empresas forales, como Bidegi, con una deuda descomunal acumulada, y el patrimonio de Donostia, suelo público, parcelas municipales, derechos de construcción, inmuebles y acciones, malvendido durante años para equilibrar a cualquier costo las cuentas públicas. Con este panorama, mascullaban, solo en su primer año de gestión Bildu se vería abocado a arrojar la toalla. Las cabeceras guipuzcoanas de los grupos Vocento y Noticias harían el resto: seis páginas diarias para hablar de desgobierno y crear alarma social.
En su debe, no haber contado con la determinación de los nuevos cargos electos para cambiar el modelo de gestión, el estilo de gobierno y el orden de prioridades que cualquier ciudadano normal establecería para distribuir los activos y repartir las cargas.
Desde que Bildu ha decidido poner coto al despilfarro de las grandes infraestructuras, ordenando el territorio sobre las necesidades reales de la población y no, como hasta ahora, en base a las previsiones de beneficio de las grandes constructoras, PSE y PNV sudan por los poros de Moyua o Amenábar. En cuanto la Diputada de Hacienda ha puesto sobre la mesa las bases de una nueva política fiscal, las rentas altas de la provincia, las inmobiliarias y los especuladores a las que cobijan, las empresas del eterno I+D+I (traducido como «inhibidoras de impuestos»), han invocado al portavoz de Adegi para que vaticine las siete plagas de Bildu.
Pero ese esfuerzo conjunto no es suficiente. La gente de a pie ve con buenos ojos alejar del poder a los que permiten que el costo final de las obras duplique lo presupuestado, o a los que condonan deuda y multas multimillonarias a su antojo y discrecionalidad. Se escandalizan por el abismo tributario que separa a las rentas de los asalariados de las declaraciones de empresas y empresarios. Prefieren a un anónimo médico de Igeldo frente a un ególatra con mal perder o sus herederos, los Trancas y Barrancas del PSE donostiarra.
Lejanos los tiempos en los que el PSE, con Odón Elorza a la cabeza, denostaba al PNV por apostar por la incineración en Txingudi, ahora es la gestión de residuos, el «puerta a puerta», el trending topic del contraataque concertado: basura, con B de Bildu. Somos antihigiénicos, txerrijaneros, despilfarradores, ilusos, mentirosos, retrógrados,... Queremos hacer retroceder nuestro bienestar hasta el Medievo, ni más ni menos. El PNV ahora promueve consultas populares, defiende que gastarse 500 millones de euros en una incineradora es tan moderno y eficaz como la depilación eléctrica, y amenaza desde Bizkaia con cerrar a cal y canto sus vertederos a la mierda guipuzcoana.
Es tragicómico. Políticos tan bienhablados e impolutos, con la porquería y los residuos en la boca todo el día. El modelo de gestión que amenaza su eterna cantinela apuesta por una sociedad consciente de lo que genera y responsable con su reciclaje; y allí en donde se ha probado el cambio, para colmo, la gente repite. Además, se cree capaz, a diferencia de Denis Itxaso, de estar a la vanguardia de las tasas de reciclaje de Europa. A esos políticos que se ubican por detrás de Austria, les traiciona el subconsciente español: por definición se ubican a la cola de todo. Por último, es tan evidente y errante el bla-blá de su argumentario, que hasta en sus foros les enmiendan la plana. Esta misma semana, en respuesta a la «encuesta del mes» que el propio Denis Itxaso planteaba desde su blog, un 56% de los participantes respondía así: Pregunta: «¿Qué opinas sobre el acuerdo presupuestario entre Bildu y el PNV en la Diputación de Gipuzkoa?». Respuesta: «Me parece estupendo. Hay que apoyar a quien gobierna en estos tiempos de dificultades económicas».
Pues eso, el #basura convertido en latiguillo de los arrojados del paraíso institucional es un reto para demostrar que otra Gipuzkoa es posible, que otra Euskal Herria es factible, y que, además, se puede hacer salvaguardando los derechos sociales e invirtiendo la pirámide del desarrollo: las personas en la base, como sostén democrático de su modelo de vida, bienestar e interrelación. El pasado martes alcaldes de Bildu reclamaron de PSE y PNV sentido común por encima de los intereses partidistas, reclamando que no se criminalice a toda costa al adversario político. Seguirán incordiando, pero sería bueno, sobre todo para los intereses que defienden, que no pierdan el sentido del ridículo ni el del pragmatismo. De lo contrario, ellos mismos llevarán el atez ate hasta Ajuria Enea.