Osasuna salvó los muebles en un tramo final de partido que se había puesto muy cuesta arriba a falta de cinco minutos para que se cumpliese el tiempo reglamentario. Convertida en una constante en lo que se lleva de campaña, los rojillos reaccionaron justo cuando más lo necesitaron, tras firmar un encuentro en el que se movieron mejor con el balón en el primer tiempo y se dejaron llevar en el segundo, lo que pudo costarles muy caro.

Méritos aparte, la realidad estadística confirma cada jornada que pasa que la escuadra navarra está abonada al empate y que le gusta apuntarse a la moda de la media inglesa, lo que, si se mantiene, daría muchas opciones para soñar en hacerse con uno de los puestos de competición europea.

Una meta bonita para los once compromisos que restan -la permanencia está a tiro de piedra con 39 puntos en el casillero-, pero que, de conseguirse, no será con mucho brillo, en lo que se refiere al juego, aunque sí de oficio y saber estar. Más o menos como lo que ocurrió ayer en La Romareda, donde los de Mendilibar se ciñeron a contener a un presionado Zaragoza, pudieron pagar cara su tacañería ofensiva y terminaron sumando gracias a otra jugada de estrategia.

De hecho, pese al alegrón final por la diana de Roversio, que regresaba al once por la sanción de Miguel Flaño, lo cierto es que los encarnados dieron una sensación de ir de más a menos conforme avanzaba el choque. De unos primeros cuarenta y cinco minutos en los que se compartió la posesión del esférico se pasó a una renuncia explícita del control del cuero.

Esa decisión, más fruto de la convicción que da saber que solo se ha perdido seis veces en lo que va de torneo que de la presión del rival, pudo mandar al traste la idea inicial de traerse un resultado positivo a Iruñea. Y fue hasta cierto punto poco entendible para un conjunto que no tiene que manejarse sobre el césped con los miedos del descenso y al que se le supone cierta dosis de ambición por su actual puesto clasificatorio.

Y en esa dinámica descendente, gustó más el Osasuna del primer tiempo, con una imagen alejada de las paupérrimas ofrecidas en Anoeta, El Molinón, Sánchez Pizjuán o Son Moix. Mendilibar había pedido a sus pupilos -en realidad lo venía haciendo desde hacía varias semanas- que saltasen más enchufados y que hiciesen un partido completo.

Lo primero lo consiguió, lo segundo no tanto. Porque los encarnados sí que tomaron la iniciativa de disputarle la pelota a un cuadro maño al que la presión le duró apenas los primeros obligados minutos de cortersía hacia su parroquia. Des- pués, el envite tendió hacia la igualdad de fuerzas, incluso con un ligero porcentaje a favor de los rojillos de tenencia del balón en sus botas.

Mucho patio de colegio

A decir verdad, el cuero pasó más rato por el aire que a ras de hierba, vamos como en el patio de un colegio. Sin embargo, en las pocas ocasiones en las que bajó a la alfombra, Osasuna trató de combinarlo con mayor criterio que en recientes salidas, a pesar de que las bandas volvieron a brillar por su ausencia. Trabajadores, sí, pero poco incisivos, los carriles poco ayudaban en la tarea ofensiva y, de nuevo, era Raúl García quien mayor presencia tenía en la parte de arriba.

Podía pensarse que con esa mejoría y dada la debilidad moral del rival, los encarnados contaban con muchas opciones de llevarse el triunfo si apretaban tras la reanudación. Pero ese último empujón no terminó de producirse, todo lo contrario, el equipo pareció contentarse con guardar el punto, que estuvo en un tris de esfumarse, aunque después hubo final feliz.

Ahora, sin apenas tiempo para recuperarse del esfuerzo, máxime en un vestuario en el que hay tan importantes bajas, a Osasuna le llega una nueva oportunidad ante el Getafe para confirmar que la media inglesa es lo suyo.