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50 años del final de la guerra de independencia de Argelia

Entre Fantasmas del ayer y miedo al mañana

Hace 50 años entró en vigor el acuerdo de alto el fuego entre el Gobierno francés y el FLN argelino que ponía fin a la guerra de independencia de Argelia y a 132 años de colonización francesa. Medio siglo después el país se debate entre los fantasmas del pasado y el miedo al futuro.

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Jean Sébastien MORA | ARGEL

Nada del lado argelino», titulaba el diario «El Whatan». Las autoridades argelinas no celebrarán el medio siglo del final de la Guerra de Argelia, concretamente el alto el fuego del 19 de marzo de 1962, y es posible que esta tónica se mantenga en el 50 aniversario de la proclamación de independencia, que tuvo lugar el 5 de julio de aquel mismo año. Para hacer frente a este lapsus de la memoria, los argelinos tienen estos días los ojos fijos en los medios de comunicación franceses, sobre todo en los documentales que se emiten por televisión, cuyas imágenes son inéditas para muchos de ellos. La brutalidad de la colonizacion francesa aparece de nuevo: el «code indigénat» que daba un estatuto inferior a los autóctonos, el uso masivo de la tortura durante la guerra, la muerte de numerosos civiles... Benjamin Stora, el historiador francés nacido en la ciudad argelina de Constantina (Qusantinah, en árabe) parece estos días un personaje popular, ya que es evocado constantemente en las tertulias de las terrazas de los cafés.

El diario «El Whatan» acusa a los sucesivos gobiernos de no querer «incomodar a la antigua potencia colonial con unos fastos que podrían molestarla por incisivos y mordaces». Otra explicación puede ser que una mirada hacia atrás, que incluiría la evocación de las purgas en el seno del movimiento independentista (o la ejecución de Mohamed Boudiaf en 1992 por el Grupo de Intervención Especial) podría nuevamente ensombrecer el discurso oficial y la legitimidad actual de las élites argelinas. Con la independencia, el Frente de Libreración Nacional (FLN), del actual presidente, Abdelaziz Bouteflika, se revistió de una legitimidad histórica que justificó el monopolio del partido único, la prohibición del Partido Comunista en 1963 y, más tarde, del Partido de la Revolución Socialista de Boudiaf.

Más allá de los fantasmas del pasado, en Argelia hay prevención sobre el futuro y el impacto de las revueltas en el mundo árabe. Aunque haya caído en el olvido, en enero de 2010 las protestas fueron masivas en el país y provocaron una decena de muertos por la represión policial. Lejos de los focos mediáticos, el país vive cotidianamente huelgas y ocupaciones, que a veces desembocan en disturbios y cortes de carretera. Los canales oficiales argelinos insisten una y otra vez en que Argelia vivió su primavera árabe en 1988, con la apertura al pluripartidismo y la adopción de una nueva Constitución. «Aquí rige la democracia y una prensa libre que no regala nada», declaró en 2003 ante las críticas europeas un Bouteflika que blandía un ejemplar del diario «Le Soir».

Estas mismas fuentes evitan reconocer que el paréntesis democrático fue eso, un paréntesis, y que «50 años después de la independencia, el Ejército sigue manteniendo férreamente el control sobre el poder», denuncia Madjid Benchikh, profesor emérito de la facultad de Derecho de Argel. De hecho, el control del Estado reviste una forma más insidiosa que en la Túnez de Ben Ali-Trabelsi o en la Libia del linchado coronel Gadafi: la prensa independiente existe pero está marginada, el pluripartidismo vaciado por los fraudes electorales, un sólido departamento de Investigación y Seguridad (DRS) y, sobre todo, una política clientelista que descansa en la renta petrolera y gasear. Medio siglo después, el Estado Mayor del Ejército, encarnado por el todopoderoso general Mohamed Mediène, tiene en sus manos las riendas del país. Apodado por los argelinos «La Nomenklatura» o los «Cárteles militares«, el DRS cumple el papel del Partido Comunista en el desaparecido bloque soviético.

Rechazo a una solución violenta

El mayor país africano tras la independencia de Sudán del Sur en 2011, Argelia presenta una historia singular, marcada por sus disparidades regionales, sobre todo por la cuestión de la Kabilia. Si el país se mantiene de momento al margen de la marea de fondo que sacude al mundo árabe, es también porque el traumático recuerdo del «decenio negro» sigue muy vivo. «Mira muchacho, aquí al lado de la calle, yo ví cómo explotaba un coche. Había sangre y restos humanos por todas partes. Fue horrible. Me gustaría ver partir del poder a los generales, pero tenemos en la cabeza el recuerdo de la violencia de los años 90», confiesa Amza, un treintañero de la kasbah de Argel.

La desilusión y la apatía política reina entre una población hastiada por tantos fracasos. Encontrar a alguien que reconozca haber votado es todo un desafío. El 26% de los argelinos aseguran que quieren salir del país, según un estudio publicado por el diario «Liberté». Esta desconfianza es general y afecta a todo el sistema, incluidos los partidos políticos no alineados con el poder y la prensa independiente. «No se atisba un líder o un movimiento capaz de impulsar la contestación. Y eso me inquieta», señala Badreddine Manaa, redactor jefe de «Le Soir».

El desconocido islamista

Veinte años después de la victoria del FIS (Frente Islámico de Salvación), el espectro islamista revive en vísperas de las elecciones legislativas del 10 de mayo, sobre todo tras los buenos resultados de Ennahda en Túnez y de los Hermanos Musulmanes en Egipto. «En un país donde no hay sondeos, el resultado de los partidos islamistas sigue siendo la gran incógnita», reconoce Ali Benyahia, redactor jefe de «El Whatan».

Las únicas referencias válidas son las primeras elecciones pluralistas de 1988, porque todas las que le han seguido han sido fraudulentas. En Argelia, la disolución manu militari del FIS no ha hecho desaparecer a sus militantes, que desde las sombras continúan haciendo proselitismo entre los argelinos en favor de su «república islámica». No obstante, «los islamistas argelinos no tienen la virginidad de la que estaban revestidos en Túnez. Los más extremistas de entre ellos tienen las manos manchadas de sangre y nuestra memoria está marcada a fuego por aquellos horrores», recuerda el escritor Bachir Mefti. Por su parte, los islamistas «legales», muy divididos o en su caso debilitados por sus alianzas con el poder, han perdido realmente buena parte de su credibilidad moral.

Huida hacia adelante de la economía

«Vamos directos hacia el precipicio. En 2012, persisten los mismos problemas de los últimos decenios, políticos, económicos y geopolíticos. Y en vez de tratar de encarrilar la situación, el Gobierno hace frente a la contestación popular con una política de redistribución», sostiene Badreddine Manaa. El poder argelino, ciertamente, debe su fortaleza política a un sistema económico rentista, basado en las riquezas del petróleo y del gas, que deberían reportarle 70.000 millones de euros este año. «Una gigantesca política de subvenciones alcanza a todo el mundo, sean cuales sean sus ingresos», explica Jean-Pierre Sérini, autor del libro «Un algérien noma Boumediène».

Desde enero de 2011, cuando Túnez temblaba, el Gobierno Bouteflika ha logrado sofocar las protestas con una política clientelista: incrementos continuados de salarios, congelación de los precios de primera necesidad... Las consecuencias del sistema en materia energética son desastrosas.

En Argelia, donde los inviernos pueden ser rigurosos, el gas no cuesta nada y se utiliza sin control, incluso dejando las ventanas de las casas abiertas. El gasoil a 15 dinares (12 céntimos de euro) en las gasolineras ha favorecido el modelo automovilístico. Con 5 millones de coches, Argelia posee el mayor parque automovilístico de África, con sus consiguientes altos índices de contaminación y embotellamientos que provoca.

El régimen está preso de un círculo vicioso económico, que debe mantener si quiere seguir en el poder. «Llegará un momento en el que el sistema no tendrá más. Es lo que pasó en 1988, cuando el precio del petróleo se desplomó», señala la periodista económica Melissa Romadi. El clientelismo no favorece el empleo, la desindustrialización del país se acentúa, el sector agrícola sigue siendo frágil y los empleos públicos siguen disminuyendo (un 2,8% en 2011) ¿Hasta cuándo?

el peso de la memoria y la dificultad de parís para hablar de esa guerra sin nombre

La guerra de independencia de Argelia tuvo lugar entre los años 1954 y 1962. En ese periodo, el Frente Nacional de Liberación de Argelia (FLN) luchó contra la colonización francesa impuesta

en Argelia desde 1830. Antes de la guerra, en territorio argelino vivía un millón de franceses vivían en en Algeria. A diferencia de cualquier proceso de descolonización bien establecido, las autoridades gaullistas rechazaron la negociación y eligieron la violencia para mantener su poder. A partir de mayo de 1955, los franceses recurrieron a los medios más para acabar con la resistencia argelina. La tortura y las ejecuciones arbitrarias, prohibidas por la Convención de Ginebra, se generalizaron también contra los civiles. El Gobierno francés y la historia oficial tardaron casi cuarenta años en admitir, por fin, en junio de 1999, el término guerra para referirse a aquel conflicto y reconocer las consecuencias negativas del sistema colonial.

J.S.M.

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