Carlos GIL

Firma la versión Marc Rosich, un dramaturgo de solvencia contrastada. Se supone que junto al director, David Selvas, un emergente, decidieron traer a nuestros días la historia de esa mujer tan especial, Hedda Gabler, uno de los personajes más difíciles de abordar en la obra entera de Ibsen. Si la obra original descolocaba por mostrar a esa extraña mujer, cerebral, polar, a la vez que extravagante en sus comportamientos en medio de una burguesía nórdica de finales del siglo diecinueve, la traslación a nuestros días, con ordenadores, micro-ondas, telefonía móvil, nos añade más controversia.
Descritos bien los personajes masculinos, universitarios con ambiciones, decanos, escritores, es en el campo de los femeninos donde todo flota, donde es difícil encajar la tragedia en nuestros días. No encontramos un punto de verosimilitud. Son individuos de las nuevas clases medias altas, las que sustituyen a aquella burguesía decimonónica, por lo tanto sus comportamientos y sus reacciones no pueden ser meramente formales.
El equipo actoral funciona en claves distintas. Laia Marull da un recital de probabilidades, de las mil maneras de acercarse a un personaje, de cómo dotarle de extravagancias, comportamientos cínicos, frialdad, rasgos de locura, es decir, nos ofrece una Hedda Gabler que parece dominar su entorno, por lo tanto su desequilibrio, su destino, se torna poco convincente, como sobrevenido, como parte del guión y no del desarrollo del personaje. A su alrededor unos actores cumplidores, trabajando en clave naturalista de manera rotunda y sin concesiones, que se dejan llevar por la puesta en escena que parece quedarse a medias de casi todo, en un terreno de falta de concreción que debilita al conjunto.