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Iñaki LEKUONA Periodista

París y el chino

 

Hace poco más de doscientos años, cuando París bullía en revueltas al grito de egalité y cuando al mismo tiempo el soberano de los reinos de Francia y Navarra escupía un merde alors! ante los números rojos de su gobierno, en la periferia se contaban las habas en idiomas distintos al de la capital. Según los lingüistas, en aquella época sólo un tercio de los súbditos de Luis XVI hablaba la lengua de Molière; el resto se comunicaba habitualmente en occitano, bretón, corso, alsaciano, catalán, euskara...

Poco más de doscientos años después, las habas se cuentan mayoritariamente en francés incluso en los seis rincones del hexágono. Porque, aunque los patois hicieron frente a la maquinaria silenciadora de la escuela republicana y pese a que se internaron en el siglo XX con bastante buena salud, finalmente llegaron las guerras, verdaderos monstruos de devastación lingüística. El occitano, por ejemplo, que contaba con más locutores que el propio francés hace dos siglos y que bien entrado el siglo pasado era extensamente utilizado en toda la mitad sur del país, languidece ahora sin mucha esperanza de supervivencia. Y ello a pesar de que hoy día tiene más hablantes que el euskara, lengua que ha pervivido gracias al esfuerzo militante.

Doscientos años después de que decapitaran a Luis Augusto de Borbón, la República sigue empeñada en su papel de verdugo intentando cortar todas aquellas lenguas que no hablen francés. Este sábado, en occitano, bretón, corso, alsaciano, catalán o euskara, miles de gargantas reivindicarán al unísono la oficialización de sus hablas. Oficialización, un término que a París le sigue sonando a chino, pero que no tendrá más remedio que comprender.