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El Dr. Seuss y otros arquitectos de mundos infantiles

El reciente estreno de la película de animación tridimensional «Lórax. En busca de la trúfula perdida» posibilita el reencuentro con el Dr. Seuss, uno de los autores de literatura infantil más interesantes y arriesgados de todos los tiempos. Siguiendo la estela de este singular creador, topamos con una serie de autores que -como en el caso de Roald Dahl, James M. Barrie o Lewis Carroll- siempre trataron a los lectores infantiles como lo que realmente son, seres inteligentes.

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Koldo LANDALUZE | DONOSTIA

Un gato pasea pomposo entre cubos de basura. Sobre su cabeza gatuna porta una enorme chistera engalanada con franjas rojiblancas. Al doblar la esquina de los cuentos soñados, una criatura de color verde llamada el Grinch urde un plan para robar la Navidad y entre la espesura de los bosques que tiemblan en cuanto los humanos sacan sus hachas a pasear, descubrimos el enorme bigote del Lórax, el guardián tímido que vela por la seguridad de los árboles del Valle Trúfula.

Cada uno de estos personajes adquirió vida propia tras ser esbozados en papel por su creador, Theodor Seuss Geisel; más conocido por el sobrenombre de Dr. Seuss: alquimista de palabras y domador de pinceles de colores a través de los cuales creó un imaginario literario destinado al público infantil.

Sus primeros artículos humorísticos se publicaron en «The Saturday Evening Post», «Life», «Vanity Fair Liberty» y, gracias a la fama que le otorgó una serie de anuncios publicitarios que creó para el insecticida Flit y los dibujos que ilustraban los anuncios de la General Electric y NBC, consiguió eludir el hambre que llegó con la Gran Depresión norteamericana.

En el año 1937 y mientras regresaba de Europa a bordo de un barco, Geisel se dejó llevar por la experimentación y el compás del ruido de los motores de aquel navío y compuso las estrofas del que sería su primer libro, «Y pensar que lo vi en Mulberry Street». A partir de esa secuencia, el Dr. Seuss se adentró en el universo infantil con intención de crear mundos inteligentes, descritos por singularidades lingüísticas y habitados por personajes que jugaban constantemente con las palabras y ponían a prueba a los lectores a golpe de trisílabas.

Iniciada la Segunda Guerra Mundial, nuestro insigne doctor se inclinó por las caricaturas de temática política que ilustraron el periódico neoyorquino de ideología izquierdista «PM». A través de sus viñetas atacó frontalmente a Hitler y Mussolini, criticó el racismo padecido por negros y judíos, apostó por el empeño de Roosevelt de entrar en la contienda y criticó a aquellos que no querían prestar su ayuda a la Unión Soviética. Al Dr. Seuss nunca le gustó que su gobierno señalara o espiara a quienes esgrimían ideas comunistas o tuvieran cualquier tipo de ideario izquierdista. Finalizada la guerra, retomó su labor de escritor y publicó algunas de sus obras más renombradas «Si yo dirigiera el Zoológico» (1950), «¡Super huevos revueltos!» (1953), «Más allá, cebra» (1955), «Si yo dirigiera el circo» (1956) y «Cómo el Grinch robó la Navidad» (1957).

En mayo de 1954, nuestro autor leyó con mucho interés un artículo publicado en la revista «Life» que hacía referencia a las dificultades que tenían los alumnos de las escuelas para leer correctamente, ya que la mayoría de los libros que se veían obligados a leer eran terriblemente aburridos. Leído este artículo, Seuss se empleó a fondo en combatir esta plaga generada por libros aburridos y, de paso, aceptó la apuesta que le hizo un amigo el cual reunió 400 palabras que él consideraba importantes con intención de retarle a que las redujera a 250 y escribiera un libro usando únicamente este vocabulario tan reducido. A Seuss le sobraron 30 de aquellas 250 palabras cuando escribió uno de sus mayores logros creativos, «The cat in the hat» («El gato en el sombrero»).

El escritor galés Roald Dahl figura como uno de los principales seguidores del «ideario seussiano» tal y como nos lo descubren sus propias palabras: «Considero -afirmaba Dahl- que los niños son seres semi-civilizados. Al nacer están por civilizar, cuando llegan a los 12 o 15 años ya se les han enseñado modales: a no comer con los dedos, a ser limpios, a vestirse adecuadamente. Un montón de cosas que en realidad no quieren hacer, que no les gustan. Subconscientemente, los niños odian ser civilizados. Y la gente que les obliga a hacer esas cosas que no les gustan son los padres. Sobre todo la madre. Más adelante son los padres y los maestros. A los niños no les gustan estos adultos y yo uso esto en muchos de mis libros. Se trata de dejar en ridículo a los adultos, ¿sabe usted? Es algo inofensivo pero a los niños les encanta».

Esta declaración de intenciones ha quedado evidente en una bibliografía -que incluye obras como «Gremlins», «Charlie y la fábrica de chocolate», «James y el melocotón gigante» o «Las brujas»- en la que siempre ha predominado el humor negro y una declarada pasión por la literatura. En una de sus obras más conocidas -«Matilda»», Dahl aporta este suculento diálogo protagonizado por la niña protagonista -una pequeña de cinco años brillante, que devora clásicos en la biblioteca mientras su madre juega al Bingo- y la señora Phelps, la bibliotecaria:

«-No sé qué leer ahora ¯dijo Matilda¯. Ya he leído todos los libros para niños.

-Querrás decir que has contemplado los dibujos, ¿no?

-Sí, pero también los he leído.(...) -Algunos me han parecido muy malos ¯dijo Matilda¯, pero otros eran bonitos. El que más me ha gustado ha sido `El jardín secreto'. Es un libro lleno de misterio. El misterio de la habitación tras la puerta cerrada y el misterio del jardín tras el alto muro».

En este diálogo se colaron Charles Dickens, Charlotte Brontë, Jane Austin, Rudyard Kipling, H. G. Wells, Ernest Hemingway, William Faulkner, Graham Greene, George Orwel, Joseph Conrad... Los mismos clásicos que Dahl admitió haber leído en su infancia.

El «demonio de Peter»

Cuando paseamos por los jardines londinenses de Kensgington Garden, topamos con la estatua de Peter Pan y un rincón muy singular, un pequeño parque en el que -salvo en horas muy precisas- únicamente tienen acceso los niños. La entrada a este santuario está vetada a quienes como el Capitán Garfio, tuvimos la mala fortuna de decir adiós a la infancia.

James Matthew Barrie trazó las bases de su inmortal «Peter Pan» basándose en la relación que mantuvo con los cinco hijos de la familia Llewelyn Davies y cuando la célebre estatua de Peter Pan fue erigida en secreto una noche de 1912, el escritor no pudo evitar su decepción cuando la contempló y exclamó: «No muestra al demonio dentro de Peter».

«Aventuras de Alicia en el País de las Maravillas» es un juego literario disparatado y muy complejo. Fue escrito para lectores británicos de otro siglo y se requiere mucha información de la época para desencriptar lo que aparece en el libro y descubrir su gracia y esencia verdadera. Además, muchas de sus referencias son alusiones que únicamente eran comprensibles en el círculo privado de Carroll, la niña Alice Liddell y sus dos hermanas. Hoy en día, son muchos los niños y niñas que se ven incapaces de entrar en este rocambolesco juego literario debido a su complejidad y, sobre todo, por el miedo que les causa la atmósfera pesadillesca de los sueños de Alicia.

Hace más de setenta años, el prestigioso crítico teatral Alexander Woollcott expresó su alivio porque los freudianos hubiesen dejado de explorar los sueños de Alicia. Pero, en la actualidad, las páginas de Alicia se han convertido en un caudal interminable de todo tipo de teorías sicoanalíticas y ello se ha debido, en buena medida, a la singular relación que el escritor siempre mantuvo con las niñas.

En su excelente y metódica «Alicia anotada», Martin Gadner afirma lo siguiente: «Le atraían las niñas porque precisamente con ellas se sentía sexualmente a salvo. Lo que diferencia a Carroll de otros escritores que vivieron una vida asexual (Thoreau, Henry James...) y de los que se sintieron fuertemente atraídos por las niñas (Poe, Ernest Dowson...) es la singular combinación, que se da en él, casi única en la historia de la literatura, de una completa inocencia sexual y una pasión que sólo puede describirse como totalmente heterosexual».

De niño fue un gran aficionado a los títeres y la prestidigitación, y durante toda su vida, disfrutó haciendo abracadabrantes juegos ante la atenta mirada de los niños. Construía ratones con su pañuelo que saltaban misteriosamente de su mano, les enseñaba a construir pistolas y barcos de papel que estallaban al sacudirlas en el aire. Le entusiasmaba el ajedrez y todo tipo de juegos y acertijos. A sus amistades adultas las volvía locas cada vez que les escribía cartas porque, primero, incluía en un sobre el original recortado en diminutos trocitos y, con posterioridad, adjuntaba un sobre en el cual indicaba cómo debían ser montadas sus cartas. Inventó multitud de acertijos matemáticos y verbales y fue un defensor a ultranza de la ópera y el teatro en un tiempo en que los representantes de la Iglesia no veían con muy buenos ojos estas manifestaciones culturales.

Al igual que el «Peter Pan» de James Matthiew Barrie, todas las aventuras que Lewis Carroll imaginó para la niña Alicia, el singular imaginario que cultivó en sus obras el Dr. Seuss o las aportaciones del imprescindible Roald Dahl, en la obra «Donde viven los monstruos» -firmada por el ilustrador y escritor Maurice Sendak- nos adentramos en un armario oscuro y a ratos siniestro para encontrarnos con aquellas pesadillas infantiles que cobran la apariencia de monstruos imposibles. Tal y como suele ocurrir con muchos autores que han ideado paisajes y personajes para lectores infantiles, el autor de «La cocina de noche» nunca fue muy del agrado de los adultos, quizás porque las criaturas de Sendak simbolizan los miedos que acarrea el adiós definitivo a la niñez y el vértigo que supone asumir nuevas conductas que limitarán nuestra pasada libertad. Todo ello cobró forma definitiva en la excelente adaptación cinematográfica filmada por Spike Jonze en la que el espectador asume el rol de un niño que, en un intento por refugiarse de la realidad, ha creado y gobierna a su capricho un mundo propio.

RETO

Theodor Seuss Geisel aceptó la apuesta de un amigo el cual reunió 400 palabras que él consideraba importantes y las redujo a 250 para retar a Dr. Seuss a escribir un libro con solo este vocabulario. Al escritor le sobraron 30 palabras.

ÉXITO

«Si yo dirigiera el Zoológico» (1950), «¡Super huevos revueltos!» (1953), «Más allá, cebra» (1955), «Si yo dirigiera el circo» (1956) o «Cómo el Grinch robó la Navidad» (1957) son algunas de las obras más renombradas de Dr. Seuss.

FREUDIANO

«Aventuras de Alicia en el País de las Maravillas», de Lewis Carroll, se han convertido en un caudal de todo tipo de teorías sicoanalíticas debido, en parte, a la singular relación que el escritor siempre mantuvo con las niñas.

El Dr. Seuss y el cine

La gran complejidad que siempre ha acarreado trasladar a la gran pantalla la obra del Dr. Seuss, motivó un serio encontronazo entre el autor y la industria cinematográfica. La primera adaptación fue una versión de dibujos animados de «Horton empolla el huevo» (1942) creada por la Warner Brothers para su mítica serie Looney Tunes. En el 66, Seuss aprobó que su amigo, el genial caricaturista Chuck Jones, trasladara a la gran pantalla una versión animada de «Cómo el Grinch robó la Navidad» y entre las adaptaciones más curiosas figura un cortometraje soviético realizado en pintura y vidrio titulada «Welcome» -versión de «Thidwick el alce de buen corazón»-.

Según afirmaría el propio Seuss, la versión más fiel de su imaginario fue llevada a cabo por Ralph Bakshi -creador de aquel primer proyecto inacabado de «El Señor de los Anillos»- y llevaba por título «La batalla de los libros de mantequilla».

A la muerte de Seuss en 1991, su viuda Audrey Geisel ejerció labores de albacea y mostró su disconformidad con las adaptaciones con personajes de carne y hueso de «El Grinch» -protagonizada por Jim Carrey- y «El gato» -protagonizada por Mike Myers-. Desde ese instante, únicamente es posible adaptar la obra de Seuss a través de la animación y fruto de esta sentencia han sido «Horton» (2008) y la reciente «Lórax. En busca de la trúfula perdida». Pero, sin duda una de las experiencias más fascinantes -y rodada con personajes de carne y hueso- fue la adaptación que dirigió en el año 53 el no menos peculiar cineasta Roy Rowland; «Los 5.000 dedos del Dr. T». K. L.

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