Iñaki Urrestarazu | Economista
El imperialismo, la izquierda y la primavera árabe
El peor enemigo, el más nefasto y brutal, tanto de la primavera árabe como de todos los procesos de emancipación de los pueblos, y del conjunto de la humanidad -y del planeta-, es el imperialismo, la faceta expansionista del capitalismo. Nada queda fuera de sus ansias arrogantes de dominación y expolio, acrecentadas tremendamente tras el fin de la Guerra Fría. El imperialismo controla la economía mundial y de los países a través de esas fábricas de miseria a su servicio que son el FMI, el BM y la OMC. Busca el control total de todos los recursos, de los territorios, de los mercados y de las rutas del tráfico comercial y energético. En consonancia con ello, dispone de una máquina militar infinita, la OTAN, que desde la Conferencia de Lisboa de diciembre de 2010 sobre todo, quiere el dominio, no solo de Europa, sino del mundo -la OTAN 3.0-. Desaparecido el Pacto de Varsovia y la URSS, ahora el enemigo es el «terrorismo».
La OTAN se ha ido y se va ampliando, bajo multitud de fórmulas, hacia países de Europa del Este, y especialmente hacia los países del entorno del Caspio, inmenso pozo de petróleo. También busca la transformación del Mediterráneo en un mar de la OTAN, la expansión por toda África, la OTAN-ización efectiva del Sudeste Asiático a través de la SEAN, el control total del Medio Oriente, de Asia Central, y la colaboración con otros países bajo fórmulas como «Alianza de Estados Democráticos» (Australia, India, Israel, Japón ...). La OTAN desea integrar a más de 140 estados de los 194 del mundo, y los Estados Unidos poseían ya en 2004 más de 750 bases militares repartidas en 130 países de todos los continentes.
Eel «terrorismo» de Al Qaeda, las guerrillas de los tuaregs o de otros grupos, los «problemas humanitarios», la existencia de piratas, la hipotética presencia de «tiranos», de armas de «destrucción masiva» o de armas nucleares, son coartadas de las que se está valiendo el imperialismo para controlar y dominar los países y succionar su petróleo y sus riquezas. «Amisto- samente», si se prestan a ello, o brutalmente, en caso contrario, si muestran reticencias o están en la «lista negra» de los países enemigos. Lo cual significa intervenir militarmente, desactivar y destrozar el país, desmantelar todas sus estructuras, sumirlo en la miseria, en pugnas internas y en el caos, convertirlo en un «estado fallido», sin dignidad, ni soberanía, ni norte, y así poder instalarse cómodamente en él. Las intervenciones militares van precedidas de una etapa de creación de condiciones psicológicas adecuadas, mediante la desestabilización del país, a través de la utilización de ONGs a su servicio que propician movilizaciones, o de escuadrones de la muerte, que siembran el terror entre la población, para lo que el yihadismo internacional está jugando un papel valiosísimo. Todo ello, naturalmente con el soporte de un aparato mediático fabuloso, siempre pretendidamente en «defensa de las libertades» de las que se autoproclaman valedores y la utilización de la intoxicación informativa a gran escala.
Ha sido el caso de Libia, Somalia, Irak, Afganistán, en cierto modo de Sudán y Yemen, y puede serlo de Siria, Irán, Pakistán, Corea del Norte, Venezuela, Cuba o tantos otros. África se ha convertido, por sus grandes riquezas y su abundante petróleo, en un objeto de deseo muy codiciado para el imperialismo.
Una vez más, la lucha contra el «terrorismo» y las intervenciones «humanitarias» son la coartada para la OTAN, los EEUU y la UE para, mediante el ofrecimiento de sus «servicios» militares y económicos, controlar los países y sus recursos. La «Iniciativa Pan-Sahel» en 2002 y la «Iniciativa Trans-Sahara» de 2005 ha permitido adiestrar, entrenar y armar a los ejércitos de Mali, Chad, Mauritania, Niger, Argelia, Senegal, Marruecos, y Nigeria en su lucha contra los tuareg y el «terrorismo». Somalia y Sudán, y en cierto modo Yemen, son el eje, realmente paradigmático, de la estrategia norteamericana en el Cuerno de África, en tanto que zonas ricas en petróleo, muy estratégicas y en una de las rutas del petróleo más transitadas.
Así, Somalia, destrozada su economía por el FMI, repartidas sus tierras entre firmas petroleras, desintegrada y cuarteada tras una dictadura filoamericana desastrosa, está sometida a guerras internas permanentes fomentadas por las potencias occidentales con la ayuda de grupos de Al Qaeda (Al Shabaab) financiados «bajo cuerda» por aquellas, y a intervenciones exteriores de países como Uganda, Etiopía, Kenia, Burundi, Chad y República centroafricana, a instancias de los EEUU, a cuyas tropas entrena, arma y transporta.
Como último capítulo, la piratería, formidable pretexto para crear una inmensa maquinaria de guerra y de control de la ruta, en esta zona entre el mar Rojo, el Índico y el Golfo, con bases en Djibouti y en las Seychelles. Sudán, igualmente, ha sido pasto de brutales guerras intestinas, especialmente en la zona de Darfur, fomentadas y financiadas por las potencias occidentales para, en definitiva, controlar su petróleo y echar a los chinos.
En Asia central, Afganistán fue primero, pasto del yihadismo internacional -origen del Al Qaeda y los talibanes- organizado por la CIA y los servicios de inteligencia pakistaníes contra su régimen de izquierda y la URSS. Luego, en 2001, con el pretexto de atrapar a Bin Laden, lo invade la OTAN. Esta vez en realidad, para construir un gran oleoducto que atravesara el país desde Turkmenistán (junto al Caspio) hasta el Indico pasando por Pakistán, para aislar más a China y para ampliar la influencia en todo Asia central y Oriente Medio.
La guerra contra Afganistán le sirve para forjar alianzas militares en torno a la ISAF (OTAN) con 16 países. Ya conocemos, por otra parte, la historia de la conquista y liquidación de Irak y el estado de caos y conflictos internos en que ha quedado. Pakistán es un posible nuevo objetivo de intervención.
Y si nos referimos a EEUU, el motor y el centro del imperialismo, vemos que es un estado gansteril y criminal, con Al Capone en el poder, plasmado en una larga saga de presidentes criminales y genocidas, con muchos millones de asesinatos a sus espaldas, generadores de la miseria más cruda entre miles de millones de personas, de crueldad al máximo nivel, que impulsan los peores métodos de liquidación, de terror y destrucción, de tortura, de mutilación, de desapariciones, de muerte, de saqueo, de ruina y barbarie, como jamás antes ha habido en la historia de la Humanidad. Lo mismo podemos decir de Obama, un sanguinario criminal pero con premio Nóbel de la Paz, y del patético espectáculo de los «caucus» de los republicanos, auténticos asesinos que pugnan por demostrar quién es más bestia y está dispuesto a hacer más barbaridades.
Y ¿dónde está la izquierda? Buena pregunta. La izquierda no existe, a no ser que algunos anticomunistas enfermizos la confundan con Rusia y China. No existe a nivel global, existen retazos por aquí y por allí. Rusia hace tiempo se desmoronó como país pretendidamente socialista y dejó de ser referencia hasta para quienes creían en su burocracia. Lo peor es que bajo la consigna de la «libertad», lo que surgió fue un país capitalista. Y China, también dejó hace tiempo de ser referencia de izquierda. Su deriva, a pesar de la parafernalia comunista, hacia el capitalismo y desarrollismo lo deja claro.
Son, eso sí, potencias emergentes, al igual que India y Brasil por ejemplo, un enemigo peligroso y molesto para el imperialismo, pero hoy por hoy, no tanto para el mundo: no andan montando golpes de estado, ni tienen bases militares en los países ni en los océanos. La izquierda, hoy bastante huérfana, tendrá que recomponerse, siempre contra el imperialismo, analizando sus fracasos y viendo cómo afrontar el futuro, la participación popular y una economía igualitaria y antidesarrollista.
Para terminar, unos pequeños apuntes sobre Siria. No sabemos cómo va a terminar la cosa pero hay varias cuestiones claras. Por una parte, las justas reivindicaciones y luchas de las masas por mejorar sus condiciones y lograr más libertad y, por otra, nada que ver con lo anterior, la intromisión del imperialismo con el apoyo del yihadismo internacional y local, de miles de mercenarios -eufemísticamente llamados desertores- y de gran cantidad de armas sofisticadas y caras de origen israelí y norteamericano, operando como escuadrones de la muerte y sembrando el terror.
Las detenciones de numerosos extranjeros -incluídos mandos de los servicios de inteligencia franceses, turcos...- y las requisas de armamento lo demuestran. «La prueba del algodón» del carácter de los grupos violentos, es ver quién les apoya: las criminales monarquías del Golfo, el estado-asesino de Israel y las igualmente asesinas potencias occidentales.