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75 ANIVERSARIO DEL BOMBARDEO DE GERNIKA

La gran cita de 1987 como referencia

El próximo 26 de abril se cumplen 75 años del bombardeo que calcinó Gernika hasta los cimientos. En la villa foral pervive un recuerdo colectivo de rabia e impotencia que, con el paso del tiempo, se ha ido mezclando con mensajes de esperanza cargados de futuro.

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Mikel PASTOR

Aquel 26 de abril de 1937, las llamas, el horror y la muerte consumieron Gernika. La Legión Condor, enviada por la aviación nazi en apoyo a las tropas fascistas españolas, arrasó Gernika en un bombardeo absolutamente innecesario (como lo son todos, al fin y al cabo) que quebró la vida de cientos de habitantes de la villa foral. Sin embargo, los pilotos de la Luffwaffe no pudieron completar el objetivo de los fascistas: sobre los humeantes escombros, la memoria y la dignidad de los supervivientes quedaron intactas. La constatación de ello es que hoy Gernika es símbolo internacional de la barbarie bélica y, al mismo tiempo, de las ansias de paz, como Picasso tan bien representó en su obra.

La villa foral ha convertido la fecha del 26 de abril en icono de la lucha por los derechos civiles y políticos de un pueblo; en términos más generales, de la libertad. En las últimas décadas, la fecha ha sido utilizada para homenajear y recordar, cada año, a todas las víctimas de aquella masacre. Y aunque cada aniversario ha tenido su especial carga emocional, el de 1987 dejó para siempre una huella muy especial tanto en Gernika como en el conjunto de Euskal Herria. Sin duda, todavía hoy decenas de miles de ciudadanas y ciudadanos vascos tendrán guardada -como pegatina, pin o, simplemente, en la memoria- la peculiar paloma multicolor que fue elegida como símbolo de aquella conmemoración.

Aquel mes de abril, en el que se cumplía el 50 aniversario del bombardeo, se presentaba intenso en Gernika, pues a la efeméride se le añadió la celebración, apenas una semana antes, del Aberri Eguna. No se trataba de un Aberri Eguna cualquiera. La izquierda abertzale, en aquella época bajo las siglas de Herri Batasuna, organizó una Convención para la Soberanía y la Paz, a la que acudieron personalidades de todo el mundo, desde representantes sudafricanos, palestinos y saharauis hasta miembros de Sinn Féin.

La respuesta ciudadana fue impresionante. Decenas de miles de personas ocuparon la villa foral durante toda la jornada, en un clima de reivindicación y libertad sin parangón hasta la fecha. La guinda la pusieron el por aquel entonces candidato por HB a la Alcaldía de Iruñea, Patxi Zabaleta, y el carismático mahikide Jon Idigoras, quien, en un discurso cargado de emotividad, comentó entre otras cosas que «el pueblo vasco no debe pedir perdón ni al pueblo español, ni al pueblo canario, ni al andaluz ni mucho menos al catalán, porque no ha agredido a ninguno de ellos, y no tiene ni debe sentirse culpable».

La jornada tuvo un lamentable epílogo protagonizado por agentes de la Ertzaintza. El redactor de «Egin» que cubría la noticia escribía la crónica de los hechos destacando que los beltzak, los agentes de la Brigada Móvil, «revientan los conciertos y causan el caos la noche del Aberri Eguna». Y es que cuatro furgones de la Ertzaintza, «los beltzak», penetraron, sin previo aviso, en el recinto de txosnas, donde una multitud escuchaba a dos de las bandas más exitosas de la época, Zarama y Kortatu. Hay que recordar que en aquellos años los recintos de txosnas eran muy diferentes a los actuales, con construcciones en madera y empalizadas rodeando la zona festiva. Las consecuencias de la actuación de la Brigada Móvil en quienes fueron agredidos no se pudieron determinar hasta días más tarde: fracturas craneoencefálicas, brazos rotos, luxaciones de hombro, mandíbulas destrozadas y, en el peor de los casos, el del joven Roberto Gutiérrez, pérdida de un ojo tras recibir el impacto de una pelota de goma lanzada por un agente de la Policía autonómica.

Ese clima de tensión se haría notar el siguiente fin de semana. Rabia, indignación y reivindicación a partes iguales recorrieron gran parte de la geografía social vasca, lo que desembocaría en una participación masiva, cerca de 50.000 personas, en los actos del 26 de abril. Las zonas verdes del entorno de Gernika, así como de los pueblos colindantes como Forua, Ajangiz o Muxika se convirtieron en improvisados y gigantescos campings, donde abertzales provenientes de todos los puntos de Euskal Herria establecieron su «cuartel general».

En esta ocasión, el ambiente que impregnó a la villa foral fue magnífico durante toda la jornada. Desde primera hora de la mañana familias enteras, algunas con miembros de tres generaciones distintas, se dejaban ver por los alrededores de la plaza central. Las calles de la parte vieja fueron tomadas literalmente por una marea humana y la manifestación principal, que aunaba el recuerdo al bombardeo y la reivindicación de los derechos políticos y civiles de Euskal Herria, se convirtió en una de las más multitudinarias realizadas hasta entonces.

Gestoras pro-Amnistía, por su parte, organizó una llamativa cadena humana, en la que participaron unas 4.000 personas, para reclamar la liberación de los presos políticos vascos.

Transcurridos 25 años, Gernika se prepara para revivir una vez más muchas de aquellas sensaciones, para seguir levantando un mensaje de esperanza y libertad sobre los escombros de la memoria.

Lobak, la memoria de la tercera generación

El 75 aniversario del bombardeo ha facilitado la creación de diferentes entidades, en Gernika con el objetivo de mantener viva la llama de la memoria colectiva. A las veteranas Gernika Batzordea y Gernika Gogoratuz se les han sumado diferentes iniciativas, como Lobak, la asociación de nietos de los caídos en el bombardeo.

Surgida a principios de año, sus primeras reuniónes estuvieron encaminadas a asentar la asociación y darle forma estable. En el video de presentación, se define a Lobak como «un proyecto abierto e integrador», que exigirá únicamente «el compromiso que cada uno quiera dar». M.P

50.000

personas se acercaron a Gernika en el 50 aniversario, en 1987. Los alrededores de la villa foral se convirtieron en campings improvisados, creando una «segunda ciudad» en torno al casco urbano.

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