Txisko Fernández | Periodista
Todo el mundo cada vez es menos gente
Hace apenas quince días, «todo el mundo» se vio obligado a cambiar la hora que marcaban sus relojes. El Sol y la Luna, que son los astros por los que nos guiamos para establecer el paso de los días y las noches, no se enteraron. La mañana del domingo 25 de marzo comenzó como cualquier otra de primavera, cuando el Sol realmente va ganando espacio a las noches, pero lo hace poco a poco, unos cuantos minutos en cada jornada. Y así hasta la noche de San Juan (más o menos), cuando se invierte la tendencia.
La mayoría de los seres vivos, incluidas las «personas humanas», nos percatamos de esos cambios paulatinos en la duración de los días y las noches a lo largo del ciclo anual. Nuestro cerebro, nuestro cuerpo, está preparado para ello. Por lo tanto, es difícil entender que todavía hoy, entrado el siglo XXI, haya una cuadrilla de supuestos sabios político-tecnocráticos que cada seis meses se atreven a decirnos que el sistema de cambio de hora decretado allá por los años 70 del siglo pasado tiene «ventajas» y que, sin rubor, nos aclaren que son «económicas».
No hay ni un solo argumento razonable para provocar un cambio brutal de horario cada primavera y cada otoño. Es cierto que el mundo no se ha vuelto loco por hacer esto, pero ese mismo argumento se puede utilizar para defender lo contrario, por lo que no tiene ningún sentido introducirlo en el debate.
La razón última que escucho muchas veces viene a resumirse en esta frase: «Bueno, si lo hace todo el mundo, por algo será». Pues resulta que ahí es donde más equivocados están quienes defienden el cambio de hora y, por extensión, quienes pasan del tema. En ese «todo el mundo» no están incluidos los dos estados más poblados del planeta; ni China ni India cambian el horario. Redondeando, son «solo» 2.600 millones de personas. Tampoco lo hace Japón (unos 126 millones, uno de los países más industrializados y, además, ubicado en latitudes similares a las de gran parte de Europa y EEUU). Y Rusia (142 millones de habitantes) puso fin a esos irracionales cambios el año pasado. Tampoco lo hacen la mayor parte de los países ubicados cerca del ecuador, ni algunas zonas de Canadá, Australia y EEUU.
Es decir, que a lo largo del planeta «casi todo el mundo» hace lo contrario de lo que por aquí cree «todo el mundo».