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Raimundo Fitero

Procesionaria

Las procesiones se convierten en espectáculo televisivo, copan las programaciones y nos incitan a ocupar la calle, aunque sea con chubasquero, paraguas o chancletas acuáticas. No es posible encontrar una razón religiosa, política, estética, televisiva, económica para esta inflación absurda, una especie de reconquista ideológica, que acaba siempre en un juramento o en una saeta cantado de madrugada en un puti-club. Desparasitados de películas bíblicas, es el directo, la intervención directa de las jerarquías las que nos acosan, con pasos, procesiones, actividades sectarias, con un colofón magnífico, la unión de la cruz y el fusil de asalto, con los legionarios portando brazo en alto un cristo, en una cruz hueca, que no pesa, pero ellos cantan su noviazgo con la muerte creando un estética del desaliento del ayer, de la edad media.

Tenemos escapatoria, porque para eso se inventó el mando a distancia, para apostatar segundo a segundo a través del electrodoméstico esencial. O para pasearse entre canales clónicos y programas fieles a sí mismo que, de repente, nos proporcionan una inmensa alegría: en «Sálvame» del viernes santo, hicieron una procesión laica. La virgen era Karmele Marchante, portada en un sillón por los contertulios, uno de ellos con mantilla y peineta, técnicos, regidores, con las otras habitantes de ese espacio sideral friki, con sus mantillas rezando, recorriendo los pasillos de las instalaciones. Una auténtica performance, que seguro, levantará ampollas, críticas y, excomuniones. Todo fue una buna gamberrada, magnífico hasta que Paz Padilla dijo que no se ofendiera nadie. ¿Cómo que no? ¡Que se ofenda quien deba, carajo! Fue un espectáculo televisivo divertido, espontáneo y adecuado. Cada cual con su conciencia.

Y Javier Clemente pide paso en la vida pública, tras su episodio intransigente con un periodista, se mete con Rouco Varela, su supuesto contratante. Le llama jeta, y lo hace como católico practicante y cooperador necesario con su dinero para los atropellos de la jerarquía. El motivo es algo relacionado con el fútbol. El contestatario de Barakaldo se puede poner en la cola de la procesionaria friki. No desentona.

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