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Alberto Pradilla | Periodista

«Si lo nuestro es política»

Interior pretende equiparar «vandalismo» con «terrorismo callejero». Un falso intento de equivalencia de dos conceptos sinsentido que solo sirven para explicar qué ocurre en las calles desde la óptica de quien pretende seguir acumulando beneficios a costa de degradar las condiciones de vida de la mayoría. Ni uno, ni otro. Pero la técnica es más vieja que los clavos de cristo. Y ya que sus fieles han celebrado estos días procesiones militares de loas al finado redentor, recordaremos que los romanos se lo llevaron por delante por revoltoso.

El gobierno del PP ubica en términos de orden público la expresión violenta del descontento, del hastío, del vulgar «estamos-hasta-los-mismísimos» cuya versión más politizada dice «Vuestra crisis no la pagamos». En Euskal Herria ya conocemos la excepcionalidad. Ahora, cuando los mercados dictan un estado de excepción generalizado, se extiende la persecución del disidente al otro lado del Ebro.

Con este avance, el ejecutivo se adelanta a los acontecimientos imponiendo una contrarreforma represiva que suma al desmantelamiento de lo público. En nuestro lado de la barricada, observamos el eterno debate entre quienes confuden disturbios con victoria y los que ostentan una ideología buenrrollista que, ya puestos a usar símiles de las alturas, aboga por poner la otra mejilla convencidos de que la legitimidad moral es el camino para frenar la ofensiva neoliberal. Obviamente, la derecha, que defiende sus privilegios de clase desde el monopolio de la violencia que describió Max Weber, tratará de establecer un búnker de criminalización no solo policial, sino también en el campo del relato.

Yo reconozco que a mí, eso de ver a la muchachada volcar su rabia y darle fuego; o hacer añicos el cristal de un banco del mismo modo que este se cisca en las esperanzas de las familias a las que desahucia, me parece un hecho de lo más poético. Aunque sí considero importante establecer un muro ideológico que blinde las protestas. No se puede permitir que generalicen el cuento de que las pérdidas materiales de una sucursal merecen más alarma que millones de personas sin casa, sin trabajo y sin futuro por culpa, precisamente, de las entidades a las que las leyes de excepción pretenden defender. En la batalla por las ideas, Evaristo dio con la clave hace dos décadas cuando cantaba «ellos dicen: son gamberros; si lo nuestro, es política».

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