Carlos GIL | Analista cultural
Lírica
De esa agonía sale una fiesta, una trascendencia. Con la piel se hacen un djembé o una bota. La fogata alumbra en el ocaso, crea otras siluetas mágicas reflejadas en las paredes de la cueva, en los árboles o difusas en la estepa, mientras los jóvenes cantan y bailan a su alrededor. El ciclo se cierra con una iniciación a la vida. Lo que ahora llamamos sexo, antes era comunión, rito, resolución, cierre de un día de suerte: comida, música, agua clara, cuerpos en acción de gracias, sensualidad, instinto. Al final del trayecto de cada uno había un adiós celebrado con la misma entidad y el sabio recitaba salmodias, daba gracias a la tierra y miraba al cielo por si acaso le llegaba el don. Una noche de luna roja un joven melancólico inventó la lírica para adornar el sufrimiento y decorar la alegría.