Javier Buces 2012/4/13
Tras la muerte de Iñigo Cabacas Liceranzu
Rebelión
(...) Rodolfo Ares, también aludía a hechos y tiempos pasados en su turbia argumentación sobre la posibilidad de que hubiera habido «alguna negligencia» en la actuación de sus subordinados.
(...) más execrable aún si cabe, ha sido el veredicto del ministro español Fernández Díaz, manifestando que «incidentes y accidentes por desgracia siempre se pueden producir», al mismo tiempo que reformaba el código penal con el objetivo de criminalizar «a los que alteren el orden público».
(...) albergo serias dudas sobre un desenlace de esta historia en el que finalmente conozcamos a los culpables de la muerte de Iñigo, y que éstos paguen por el delito cometido. Y es que durante décadas, el encubrimiento político, e incluso enaltecimiento ininterrumpido, han sido las mejores armas con las que han contado los agentes represivos de este país. (...)
Quizá la legalidad vigente les ampare, o quizá la legalidad simplemente sea un instrumento al servicio de los que detentan el poder; de aquellos que hablan de no politizar lo sucedido, mientras se sirven de su estatus político para manejar la supuesta investigación al ritmo y mediante las fórmulas que a ellos y a los suyos menos les perjudique. Eso sí que es carroñerismo político. Eso, y elogiar a la Ertzaintza después de haber provocado presuntamente y hace escasos días una muerte, reconocer los innumerables heridos que han ocasionado a lo largo de los últimos 30 años a sabiendas de que estas afirmaciones no tendrán ninguna consecuencia, o eludir cualquier tipo de condena de esas que tanto se exigen a los demás. Por el contrario, recordar que en Euskal Herria a los autores de la quema de un contenedor o de unos tartazos a Yolanda Barcina, el aparato legal y represivo les persigue, coacciona y castiga con mayor virulencia y rapidez que a aquellos que directa o indirectamente pudieran ser los responsables del fallecimiento de Iñigo, es poner en conocimiento de la sociedad el putrefacto sistema en el que vivimos. Esta realidad, sí que es repugnante.
Goian bego Iñigo!