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Raimundo Fitero

Confianza

El campechano suegro del imputado Iñaki Urdangarin representa al Reino de España en ámbitos internacionales. Con su mosquetón al hombro, le da lo mismo matar osos borrachos, que elefantes o ñús, porque todos los reyes españoles tienen una conciencia extrema de protección a sus súbditos y debe salir a cazar para alimentar a los más desfavorecidos. Esa es la misión que estaba desarrollando en Botswana, en África, un continente que lo que necesita, precisamente, es que miembros de todas las coronas europeas, después del expolio de materias primas, redistribuyan el dinero contratando safaris a empresas colonizadoras que van acabando con una parte del turismo cinegético.

Que se conozca esa supuesta caída de madrugada en un país lejano del que es por herencia el Jefe del Estado, en pleno catorce de abril, es como un esperpento monárquico. La consagración de la inutilidad, futilidad y la creciente noción popular del despropósito histórico de mantener a esa familia impuesta por Franco como alguien que dé ejemplaridad o vaya a conseguir confianza internacional con sus presencias en cumbres, foros o encuentros es algo innegable. Ningún republicano podría encontrar argumentos más sencillos y populistas, que esas fotos del suegro de Urdangarin posando con sus trofeos.

Porque si repugna la actividad, la actitud, lo simbólico, cuando se piensa que todo ese despilfarro se hace con el dinero de los impuestos de cada contribuyente, que parece que nadie sabía dónde estaba en los últimos días en los que parecía que iba a ser el fin del mundo económico, es decir que practica abstinencia laboral constante, que se han usado recursos públicos para estas aficiones tan deplorables, cabe pensar que la periodista y su marido, no pueden pasar de príncipes en el exilio, y no se planteen la posibilidad de una abdicación forzada para que ese reino español en proceso de putrefacción tenga alguna viabilidad. Y por si no sobrasen argumentaciones para independizarse de esa parte de la península ibérica que vive en el siglo diecinueve, la simple esperanza de no formar parte de esa corona manchada, ayuda a tomar decisiones. Nos crece la confianza en el futuro sin reyes ni sotas.

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