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Jon Odriozola Periodista

«Ordinary people»

De haber vendido mi incomparable pluma a la prensa venal y obsecuente al poder establecido, hoy sería despreciado por mi familia política, a la que le importa más la ética que el vil metal y por eso me quieren tanto dizque por virtuoso y hombre recto

Cuando ya no sé ni de qué escribir (este mes hará doce años de mi colaboración en GARA sin contar el periodo de EGIN, lo que me ha permitido, como ilustre firma que soy, acumular una gran fortuna que, como cumple y emulando a mi ídolo Juan Marsé, me la fundo en vino, farras y putas, un capital que, de haber vendido mi incomparable pluma -la de escribir, el cálamo, no empecemos a joderla- a la prensa venal y obsecuente al poder establecido, hoy sería despreciado por mi familia política, a la que le importa más la ética que el vil metal y por eso me quieren tanto -lo que me causa rubor y me azora- dizque por virtuoso y hombre recto, y es tanto así, y no exagero, que soy la joya de la corona y la alegría de la huerta gracias a que no me vendo por un prosaico plato de lentejas. Disculpen la inmodestia, pero es así. Yo nunca miento y aquí cierro el paréntesis, vean), recurro a cartas que me mandan por vía ordinaria personas anónimas. Reproduzco una que me envió un tal Fabián Bustos desde Jujuy (Argentina). Dice así: «Maestro: sé que se está periclitando. Yo, también. Vos de asco y yo de pena. Podrá engañarse a sí mismo, pero a mí no me la pega. Soy su pepito grillo. Sé que habita en un medio ambiente lamarckiano (de Lamarck, el padre de la biología) y buffonesco (del naturalista Buffon) donde el trabajo se entiende como una maldición bíblica y, aún peor, calvinista y, antes, tarsiota (de Pablo de Tarso): si no trabajas, si no sirves, muérete. Como si fuéramos zánganos por usar el cerebro y ello en pro de los trabajadores. Como si el cacumen no sudara. Así piensan los cristianos meapilas: quieren ganarse el cielo haciendo de tu vida un infierno. Afortunadamente, no es su caso por su buen hacer (know how) y exquisita longanimidad -palabro que aprendí de vos y da empaque-, amén de otras virtudes que lo adornan. En realidad, hablo de mí con baja estima, autoconmiseración y, no lo niego, sadomasoquismo. Le envidio, maestro, sos joya. Un ser insobornable, indomable, un Robespierre. No faltan quienes le juzguen contrariando aquello tan cristiano de «no juzgues y no serás juzgado» que, en lunfardo, es como decir «no me jodas y no te joderé», un principio liberal-burgués que vos, a fuer de marxista, asumirá: live and let die, que dicen los anglosajones. Ya ve, eminencia, que no hago ningún punto y aparte y redacto de corrido. Decía que le envidiaba, pero rectifico. No, no le envidio y ni ganas. Mi acidia, mi bajeza moral, mis instintos primarios, no me lo consienten. Soy un tipo muy elemental. No soy capaz de luchar y pelear como vos. No le echaré flores. Me transformo como Jekyll y Hyde. ¿Qué consiguió vos? Romperse la cabeza contra un muro. Nada práctico. El peso de los muertos (vivientes), los zombies, reconcomen a los vivos, lo dijo Marx. Otro mundo o microcosmos. Le compadezco, general. No le arriendo las ganancias, aunque se aprecia el mérito, el coraje. Lo derrotó la mostrenquidad. Yo traicioné a quien más me quería, una mujer, una santa. Vos sigue fiel a sus principios, a sus ideales, un idealista. Lo odio, señor. Váyase usted a la joda. No resisto su mirada. Atentamente, F. B.».

¿Quién coño sería este boludo? Agur, señores. Otro día hablaremos de cosas más serias.

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