Mikel INSAUSTI

Los festivales son la plataforma para el nuevo cine rumano, y no tanto la cartelera comercial, a la que van asomando con cierto retraso algunos de los trabajos más interesantes de sus jóvenes valores. Ahora nos llega la ópera prima de Florin Serban, que ganó el Oso de Plata en la Berlinale hace dos años. El debutante cuenta con el respaldo del ya consagrado Catalin Mitulescu, que ha colaborado en la escritura del guión a partir de la obra teatral de Andrea Valean. Es un material bien documentado en base a la situación de los correccionales para menores en Rumanía, y que da lugar a una ficción dura y realista a la que asoman otros influyentes factores en la problemática social del país, como lo es la inmigración. De hecho, el detonante de la violencia incontrolada que estalla dentro del centro de internamiento está ligado a las relaciones familiares que el recluso protagonista mantiene con el exterior, debido a que la madre regresa de Italia para llevarse con ella al hermano pequeño del que él cuidaba en casa.

Una circunstancia puntual que sirve para dar una mínima pista orientativa sobre lo que puede pasar por la cabeza de este chico, sin que el espectador sepa con seguridad los motivos por los cuales lo echa todo a perder cuando solamente le quedan unos días para ser puesto en libertad. Hay también una tensión sexual añadida, porque en su repentina y desesperada acción toma como rehén a la asistenta social que le gusta, una estudiante voluntaria que visita a los internos. Las causas en cualquier caso son muy difíciles de diagnosticar, y al igual que sucedía en “Elephant” de Gus Van Sant tampoco Florin Serban pretende aclararlas, optando por reflejar un tipo de crispación generacional sin justificación aparente. Tal vez por eso el cineasta rumano prefiere sumergirse asimismo en el clima enrarecido de unos menores que se sienten vigilados, colocando la cámara detrás del protagonista para seguir de cerca cada uno de sus movimientos de modo tan insistente como opresivo.