Jesús Valencia | Educador Social
A propósito de una acampada
Los promotores no buscaban condolencias fáciles ni palmaditas de cumplo y miento; reclamaban compromisos claros y solidaridad militante
Me refiero a la que tuvo lugar en Gasteiz a finales de abril; una de esas iniciativas que surgen como perretxikos en este pintoresco país. En esta ocasión se levantaron voces y gentes contra un juicio disparatado: trece personas encausadas por haber promovido desde D3M y Askatasuna el sufragio universal. Antes hubo parecidas turbulencias a favor de Ekaitz Samaniego; joven condenado por amable, bertsolari, solidario y gracioso. Que hacer reír a este pueblo se proclama delito grave y causa de presidio.
Durante los cinco días que duró la acampada no hubo gestas heroicas. Quizá la más reseñable fueran esos comportamientos discretos y ejemplares que -hoy por mí mañana por ti- suelen aparecer en el universo de lo cotidiano.
Plazara!, el joven y creativo movimiento que impulsó la iniciativa, volvió a exhibir sus potencialidades. Matrioska, personaje femenino importado de otras culturas, se ha demostrado símbolo ilustrativo de lo que se pretendía socializar: la Euskal Herria más consciente y solidaria está dispuesta a defender a todas sus hijas e hijos amenazados.
La estrategia de los convocantes quedó bien reflejada en aquella rústica haima convertida en epicentro de la protesta: frágil estructura que se demostró capaz de resistir chaparrones y ciclogénesis (ventoleras se sigue llamando en mi pueblo y el asunto se entiende mejor). Las armas almacenadas en aquel peculiar campamento son de sobra conocidas: dignidad y denuncia directa. Con ellas se emplazó a toda la sociedad para que se posicionase frente al nuevo abuso del poder. Los promotores no buscaban condolencias fáciles ni palmaditas de cumplo y miento; reclamaban compromisos claros y solidaridad militante. Su empla- zamiento sereno y firme fue dejando al descubierto el talante de cada cual; provocó alianzas sorprendentes y rechazos biliosos. La Iglesia, titular del solar, lo cedió sin titubeos para que el campamento se instalara en terrenos catedralicios. El alcalde, del PP, aligeró los trámites burocráticos para que la haima azulona permaneciera cinco días en el centro neurálgico de la «verde» Gasteiz. La presidenta del Parlamento, coidearia del alcalde, optó por la violencia institucional expulsando a tres activistas que habían acudido a dicha institución; abusiva incursión del espacio que Aralar estaba dispuesto a compartir con los visitantes.
El pueblo llano convirtió la acampada en un lugar de presencia y tarea. Cinco días para la tertulia amistosa, el encuentro intergeneracional y el trabajo compartido. Todo ello sostenido con apetitosas tortillas, bizcochos fragantes, pudin de crema con pasas, café caliente... Detalles elaborados por manos anónimas y puestos en común como expresión de complicidad solidaria. Destacó el colectivo de pensionistas que se han jubilado en la actividad profesional pero no en la militancia; agentes políticos de primera fila poniendo su tiempo y sus capacidades al servicio de la causa popular. El juicio ha comenzado pero Euskal Herria dictó ya su veredicto absolutorio. Y reafirmó en aquella acampada su voluntad de responder cada vez que se produzcan parecidos atropellos.