Arturo, F. Rodríguez | Artista
Dieciséis
Al mirar a la calle un día después, un año después, y observar la rehabilitación del espacio público que el movimiento 15M ha llevado a cabo se descubren marcas imborrables. Pero vemos también la criminalización generalizada de la protesta. Descubrimos huellas que van más allá del discurso, que no atienden ni a diagnósticos ni a tratamientos porque atraviesan ingeniosamente una conciencia colectiva a la que se le había perdido la pista. Y entendemos entonces el mecanismo defectuoso de esta democracia. Al mirar las plazas un año después seguimos dando sentido a ese cúmulo de situaciones espontáneas en las que la creatividad ha sido un fermento imprescindible; entonces nos preguntamos, ¿qué separa o qué identifica ese fermento creativo con lo que comúnmente se entiende por arte?, ¿de qué distancia hablamos? Probablemente sean todas estas preguntas las mejores aportaciones cuando se mira hacia atrás y también el mejor punto de partida para mirar hacia adelante.
Sabemos que hoy las instituciones son capaces de absorber la crítica a fuerza de repetición y banalización, sabemos que el arte de hoy no consigue escindirse del caudal de imágenes mediáticas para situarse en una posición propia y, sin embargo, hay burbujas que siguen en el aire.Jean Paul Sartre, en un artículo de 1950 dedicado al artista y su conciencia, escribe: «La revolución social exige un conservadurismo estético, mientras que la revolución estética exige, a pesar del artista mismo, un conservadurismo social».
Puede que los términos hayan variado, pero la cita sigue siendo útil. Pasado el tiempo, la fricción entre la circunstancia del arte y la circunstancia social sigue siendo productiva.