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Josu Mota Rodero Licenciado en Filosofía

Democracia silenciosa

La gente quiere sentirse parte del poder constituyente, quiere llevar a cabo proyectos políticos, estéticos, sociales, económicos... la pulsión de este pueblo es imparable

Los voceros del gobierno vascongado se alteraron ante la visión de miles de vascos celebrando el día de su patria entre ikurriñas y expresiones abertzales. Algunos, visiblemente asustados, no tardaron en faltar al respeto con impertinencias al pueblo que dicen representar. La máxima de que «la sociedad vasca no se puede permitir volver a debates identitarios que generan división», por supuesto, estuvo a la orden del día. Me propongo comentar brevemente esta máxima criminal y exaltada.

El demócrata es por definición aquel que tiene la convicción de que es mediante los debates como se llega a la comprensión mutua; que el debate es la forma democrática de superar las divisiones y disputas sociales. Como es conocido, la democracia como modelo político surge en Atenas, siglo V a. c. como novedad que implica la toma de poder de las capas bajas de la sociedad; de los más, las capas altas formulan el nombre de democracia; donde demos significa barrio o barriada, estrato exterior de la ciudad, la zona hostil y su gente; y crathos poder político. «El poder político del barrio», por tanto. Cuando un sistema es regido por unos pocos, la diferencia se reprime; pero cuando es regido por los más, por los barrios, entonces es imprescindible dar pie a una serie de dispositivos que garanticen las diferencias, a la vez que las hagan compatibles en una sociedad como la ateniense.

El ágora o plaza de debate, la filosofía y la retórica, la figura de la ciudadanía, el teatro, son algunos de esos dispositivos de expresión y diálogo, que vehiculaban la democracia ateniense y hacían posible una unidad pacífica de lo plural. La democracia se convirtió así en un sistema político participativo y pacífico, que dio pie a una pluralidad de formas de expresión estética, conceptual, política, deportiva... integrando bajo su poder, mediante el mecanismo de dar la palabra a todos, una pluralidad extensa como la sociedad ateniense. Uno se pregunta qué clase de demócrata diría que «la sociedad vasca no se puede permitir desarrollar debates identitarios que generan división». Pero es que en Euskal Herria ha surgido un nuevo género demócrata: el asustadizo, enemigo de las palabras.

La falacia se repite en los micrófonos del poder institucional; algunos se llenan los bolsillos presuntamente por hacer política mientras se dedican a impedir que se haga política. Pero qué engaño macabro que ya ni engaña, qué juego infernal del dominio agresivo, qué forma de perpetuar por puro interés el sufrimiento de la gente, la enemistad entre unos y otros. Políticos totalitaristas, desconocedores de lenguas de interés científico y de la tradición democrática que presuntamente nutre su actividad pública, asesinos de conversaciones, todos ellos faltos del conocimiento de la más elemental máxima democrática: los debates identitarios no generan división; se trata de debatir precisamente para superar la división ya existente y real de identidades y opiniones, para producir un sistema político que integre todas las manifestaciones diversas de Euskal Herria, y para garantizar la participación, la libertad y la paz de todos los sectores sociopolíticos.

Postergar esta necesidad real e histórica de Euskal Herria es un gesto político fascista que cualquier niño en edad de lactancia detectaría. Decir no tajantemente a un debate que la mayoría reclama es la oferta política estricta del fascismo, guardaespaldas del silencio. Impedir debates, sabotearlos, mantener a la gente dividida para que los que no piensan igual no puedan plantear sus necesidades. Quizá esta falacia transparente que nos zumba en los oídos, que nos susurra que hablar genera división, repleta de intenciones violentas e impositivas; quizá esta democracia marciana siga imponiéndose por un estrecho período de tiempo, pero no podrán dilatarla hasta el infinito. La gente quiere sentirse parte del poder constituyente, quiere llevar a cabo proyectos políticos, estéticos, sociales, económicos... la pulsión de este pueblo es imparable, y para eso discutir sobre la identidad (máxima expresión de la representación y determinante de ella) es imprescindible.

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