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Carlos GIL | Analista cultural

Mariposa


Suena la guitarra como un trueno de dioses en pantalones de cuero. El estribillo ecuménico martillea en la oquedad de la sombra del bosque para que los geniecillos se alboroten y busquen sus mejores ropajes porque la hierba huele a fiesta, a impulsos, a cambio de estación, a una alteración medioambiental que siempre acaba rompiendo la escobilla de los ripios y logra atrapar una imagen rescatada del futuro. Ahí te veo yo. Bailas, esculpes el tiempo, haces palmas sordas o gritas consignas. Pero tu cuerpo es uno, fundido en otro, que se acompasa a la vez con otros diez, y las hormigas encuentran un motivo más para hacer el corro de la azucena y reclamar un lugar de honor en el cartel. Quizás el primer síntoma cultural fue un oscuro luminoso.

Si cuando una mariposa vuela tiñendo el jardín de terciopelo sensual, su aleteo puede llegar a mover un iceberg antártico, ¿qué pasa cuando mueves las caderas para atrapar un compás aflamencado? Cuando caminas hacia la oficina de los poetas zurdos, tu movimiento es un compendio de aleteos, chasquidos de las membranas, procesión de cartílagos ordenados administrativamente para que cada paso sea muy parecido al anterior. La convulsión cósmica se logra cuando ese gesto de cimbrear el lomo o de estirar la mano para desenroscar esa bombilla imaginaria que da luz a la luna lunera, se carga de intención y la danza es fuego, atracción, sensualidad. Un simple acto de soledad compartida. Ahí es donde operan los científicos cuánticos ya que todo es energía pura, una descarga de neutrones que compiten con los neutrinos que persiguen a las feromonas como si fuera posible dar un do con el tobillo salteado de calambres pélvicos.
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